domingo, 27 de abril de 2008

LA CULTURA ANIMAL

El animal humano, en su afán por desmarcarse de los demás animales, suele manifestar que la cultura es una actividad propia, únicamente, del ser hu­mano. Para ver si estáis en lo cierto o si se trata de una nueva afirmación de soberbia humana basada en la ignorancia del com­por­tamiento animal, analizaremos que se entiende por "cultura".

La definición más aceptada por los científicos es la propuesta por Tutin en 1978. Según este autor, para que se pueda hablar de cultura se han de cum­plir las siguientes condiciones: innovación, di­semi­nación, estandariza­ción, durabi­lidad, tradición y difusión.
Sobre ellas deben hacerse las siguientes consideraciones:

1; La tradición debe empezar con la innovación.
2; Debe pasar de un individuo a otro.
3; Diferentes individuos deben comportarse de la mis­ma manera.
4; Los individuos deben seguir comportándose de la misma manera in­cluso cuando el inductor no se halla presente.
5; La costumbre debe ser pasada de generación en ge­nera­ción.

Para probar que los demás animales pasan sus tradiciones cul­tura­les de generación en generación debemos establecer antes dos condiciones: En primer lugar, den­tro de la misma especie algu­nos grupos de anima­les se deben comportar de manera diferente de a­cuerdo con las áreas en las que vivan y, en segundo lugar, no deben compor­tarse de una manera de­terminada por haberse adaptado a un hábi­to sino porque los indivi­duos aprenden realmente unos de o­tros.

Cuando hablamos de que los chimpancés tienen la cultura de las piedras, la de la madera y la de las hojas, es porque en las tres se cumplen los cinco apartados que definen la cultura para el propio animal humano.

En múltiples ocasiones se ha demostrado que los mamíferos aprenden de sus compañeros al observar sus actividades.

No es raro constatar que algunas especies tienen diferentes dietas si viven en diferentes áreas. Los papiones de la Pe­nínsula del Ca­bo, en Sudáfrica, han aprendido a comer marisco (Hall 1963), y naturalmente los que viven tierra adentro no lo comen. Este ejemplo, sin embargo, no nos es válido para probar la existencia de una cultura. Debemos considerar y estudiar los casos en los que el mismo tipo de alimen­tos se pueda encontrar en dos áreas distintas pero a pesar de ello difieran las preferen­cias alimenticias en dichas áreas.

Un ejemplo de este tipo nos lo proporciona el langur de Nilgiri (Poirier 1969). Se han identificado hasta doce alimentos diferentes que po­dían comer cuatro grupos de langures repartidos en distintos habitats; pero algunos de estos alimentos eran comidos sólo por un grupo, mientras o­tros eran comidos por dos, etc.

Para demostrar que las preferencias de co­mida pue­den ser transmi­tidas, es necesario que sea el propio investigador el que les provea de una nueva fuente de comida para poder estudiar el proceso de acep­tación y transmisión de la misma.

A un grupo de monos japoneses se les dio caramelos; cada in­dividuo de una tropa recibió uno, en seis ocasiones, durante un período de 14 meses. En la primera ocasión el 11 % de los monos aceptaron los cara­melos, pero en la última lo hizo el 64 %, inclu­yendo todas las 43 crías que nacieron después de los dos primeros tests. Algunos de los monos aceptaron los caramelos por pro­pia deci­sión pero otros lo hicieron al observar a los demás.

Los chimpancés comen también insectos y varían sus dietas según las áreas geográficas. Se han comparado los datos de alimentación para cinco zonas dife­rentes, y se observa que algunos insectos que son comidos en un área son ig­norados en otra, a pesar de que los mismos insectos se encuentran tam­bién en ella (McGrew 1983).

La hormiga Megaponera es comida por los chim­pancés en el monte Assirik, pero se la ignora en Gombe. Por otra parte, los panales de abejas son buscados para alimentarse de su miel, tanto en Gombe como en el monte Assirik, pero son ignoradas por los chim­pancés de Kasoje. Diferentes preferencias de dieta significan diferentes tra­diciones alimentarias.

Todos los casos expuestos hasta ahora son debidos al a­prendizaje ob­servacional.
La imitación queda mejor ilustrada buscando ejemplos en los que el animal inventa y sus habilidades son adoptadas por o­tros congéneres.
El ejemplo más claro nos lo proporcionan los macacos ja­poneses de la isla de Koshima (Kawamura 1963).

Para poderles estudiar sin interferencias fue necesario traer a los monos a un lugar abierto atrayéndoles con unos boniatos que se arrojaban sobre la playa. Los investigadores quedaron atónitos cuando un día, Imo, una hembra de 16 meses, tomó sus boniatos y lavó la arena que los ensuciaba en un arroyo. A partir de aquel día de 1953 actuó siempre de la misma manera. Al poco tiempo otros monos empezaron a hacer lo mismo y en cuatro años la mitad de la po­blación la­vaba los boniatos del mismo modo, para posteriormente hacerlo ya todo el gru­po.

Cinco años más tarde, en 1958, la costumbre se vio afectada por un nuevo cambio cuando los bonia­tos se pasa­ron a lavar en el mar en lu­gar de en el arroyo. La razón del cambio fue, sin duda, el encon­trar los tubérculos más apetecibles con la sal añadida (Frisch 1968).

El comportamiento de Imo fue imitado en primer lugar por sus com­pa­ñeros de juegos, que eran los que más fácilmente podían verla tra­ba­jando, y más tarde sus madres captaron el "invento" al observar a sus hijos mientras lavaban los tubérculos (Kawamura 1963, Itani y Nishimura 1973). Por su parte, las nuevas crías aprendieron la técnica al ver lavar los boniatos a sus madres.
Gracias a este descubrimiento, Imo ideó una nueva técni­ca. Por aquel entonces a los monos se les daba trigo ade­más de boniatos, con la particularidad de que los granos de trigo les eran arrojados tam­bién sobre la arena de la playa. Naturalmente el trigo era difícil de separar de la arena, pero la ocurrente Imo se llevó un puñado de la mezcla trigo-arena al mar, y abriendo el puño lentamente mientras lo sumergía en el agua logró separar al instante el trigo de la arena, ya que la arena se hundía mientras el trigo flotaba.
Esta práctica fue adoptada por otros monos y con los años se fue ex­tendiendo entre la población. (Itani y Nishimura 1973). Ambas habilidades fueron adoptadas más fácilmente por los mo­nos jó­ve­nes; los adultos y especialmente los machos eran mucho más reticen­tes.

No solamente podemos hablar de cultura y tradición en los prima­tes, cada vez disponemos de más ejemplos que demuestran la existencia de ambas en mamíferos de sistema nervioso más sencillo e incluso en aves.

En el cráter del Ngorongoro en el Serengeti, diferentes cla­nes de hienas difieren en que algunos prefieren depredar más en ñus que en cebras mientras que otros actúan a la inversa, ha­bien­do igual abun­dancia de ambos tipos de presa en la zona (Kruut 1972).
Algunos clanes de ratas (Rattus norvegicus) que viven en el río Po se sumergen hasta el fondo del río para recolectar moluscos bival­vos, mien­tras otras no lo hacen (Gandolfi y Parisi 1973).

Algunos pá­ja­ros aprenden a perfeccionar sus canciones al oír a otros pájaros can­tando, y en áreas diferentes pájaros de la misma especie pueden cantar canciones algo diferentes (Nottebohm 1972).



Los ostreros (Hae­mato­pus ostrale­gus) tienen dos méto­dos para abrir moluscos: mar­ti­llearlos hasta que se abran o abrirlos a fuerza de pico. Según en que áreas se en­cuentren se especializarán en uno u otro mé­todo, pero no en am­bos, desarrollando los jóvenes únicamente la téc­nica utilizada en su área (Norton-Griffiths 1967). El martilleo es la me­jor técnica para los lugares donde los moluscos están expuestos a bajas ma­reas y las val­vas están fuer­temen­te cerradas, y el "apuñalamiento" de pico funciona mejor en áreas donde siempre están cubiertos con agua, y las valvas están por tanto semiabiertas.

Llegado a este punto debe recordarse que las cul­tu­ras del pri­mate huma­no difieren no sólo en la tecnolo­gía, sino tam­bién en las costum­bres so­ciales. Pues bien, las costumbres sociales tam­bién se dan en los chim­pancés: miembros del grupo de Ka­jabala en Ka­soje (Tan­zania), en ocasiones se colocan en una postura inusual cuando están en situa­ción de "grooming" (acto de desparasitación, que suele ser mutuo y que sirve para fomentar la cohesión del grupo): el compañero activo aga­rra una mano de su pa­reja y la levante en el aire para limpiarle el área del sobaco (McGrew y Tutin 1978). Este método nunca se ha visto en los chimpancés de Gombe. Se trata evidentemente de una costumbre social, del mismo tipo que se da entre los monos humanos.
Naturalmente el ani­mal humano también hace uso del "grooming" en sus relaciones socia­les, como cualquier otro mono. Cualquiera de los lectores habrá tenido ocasión de ver en documentales escenas de "grooming" entre humanos de diversas etnias, buscandose los piojos al igual que lo hacen otras especies de monos, pero si miran a su alrededor muy probablemente descubri­rán el mismo com­portamiento entre sus conciudadanos.
Porque "grooming" es la acción que efectúan los enamorados cuando se arreglan el pelo unos a otros, o se revientan espinillas mutua­mente.







Todos estos ejemplos nos sirven para demostrar que vosotros no sois los únicos animales que poseéis tradiciones culturales.

Ya veis, tampoco en esto sois especiales.


Hemos visto que los primates pueden a­prender de ellos mismos copiándose, pero ¿Pueden enseñar a sus congéneres?

Los que creen que sólo puede enseñar el primate humano porque para enseñar se precisa el lenguaje, están muy equivocados, por­que la en­se­ñanza se puede practicar en perfecto silencio.

Si vemos como algunas madres de mono muerden a sus crías para des­tetarlos, o como las hembras de monos japoneses separan a sus crías de los objetos extraños de los que ellas mismas están asusta­das, o como las madres gorilas a veces sacan comida de las bocas de sus hi­jos, debemos pensar que en lugar de estar enseñándo­les les es­tán prote­giendo. Pero sin embargo se dan casos en los que el ejercicio de la enseñanza es evidente.


Whiten describe el ejemplo de una gorila que fue estudiada en el zoo mientras criaba a su retoño. A las seis semanas, le aguantaba su cabeza mien­tras trataba de arras­trarse. Una se­mana o dos más tar­de, se veía repetidamente a la madre echarse hacia atrás delante de su cría a la vez que la "citaba" con mo­vimientos de la cabeza para que fuese hacia ella, (lo mismo se ha visto hacer a las ma­dres de Rhe­sus (Hinde 1964)).


La gorila también llegó a colocar a la cría contra los barro­tes de la jaula cuando esta debía aprender a trepar, y cada vez que caía sobre el suelo la colocaba de nuevo en la posición correc­ta. Era evidente que la madre enseñaba a su cría a andar y a trepar de la misma manera que puede enseñar el primate humano.


Más tarde los retoños siguen practicando por su cuenta para dominar la técnica de braquiación, al estilo de como las crías del primate humano se ejer­citan en los parques públicos entre los columpios, barras paralelas y otros artilugios que también harían las delicias de cualquier otro primate no humano.


Si a vosotros os maravilla la evidencia de cultura en otros animales, a mí me maravilla el hecho de que, a pesar de ello, os sigáis considerando únicos en el ámbito cultural.

Y es que sois así de “ciegos”, porque sois así de soberbios.



Que los ejemplos que os da la Naturaleza os hagan caer la venda de vuestros ojos.

No hay comentarios: