La definición más aceptada por los científicos es la propuesta por Tutin en 1978. Según este autor, para que se pueda hablar de cultura se han de cumplir las siguientes condiciones: innovación, diseminación, estandarización, durabilidad, tradición y difusión.
Sobre ellas deben hacerse las siguientes consideraciones:
1; La tradición debe empezar con la innovación.
2; Debe pasar de un individuo a otro.
3; Diferentes individuos deben comportarse de la misma manera.
4; Los individuos deben seguir comportándose de la misma manera incluso cuando el inductor no se halla presente.
5; La costumbre debe ser pasada de generación en generación.
Para probar que los demás animales pasan sus tradiciones culturales de generación en generación debemos establecer antes dos condiciones: En primer lugar, dentro de la misma especie algunos grupos de animales se deben comportar de manera diferente de acuerdo con las áreas en las que vivan y, en segundo lugar, no deben comportarse de una manera determinada por haberse adaptado a un hábito sino porque los individuos aprenden realmente unos de otros.
Cuando hablamos de que los chimpancés tienen la cultura de las piedras, la de la madera y la de las hojas, es porque en las tres se cumplen los cinco apartados que definen la cultura para el propio animal humano.
En múltiples ocasiones se ha demostrado que los mamíferos aprenden de sus compañeros al observar sus actividades.
No es raro constatar que algunas especies tienen diferentes dietas si viven en diferentes áreas. Los papiones de la Península del Cabo, en Sudáfrica, han aprendido a comer marisco (Hall 1963), y naturalmente los que viven tierra adentro no lo comen. Este ejemplo, sin embargo, no nos es válido para probar la existencia de una cultura. Debemos considerar y estudiar los casos en los que el mismo tipo de alimentos se pueda encontrar en dos áreas distintas pero a pesar de ello difieran las preferencias alimenticias en dichas áreas.
Un ejemplo de este tipo nos lo proporciona el langur de Nilgiri (Poirier 1969). Se han identificado hasta doce alimentos diferentes que podían comer cuatro grupos de langures repartidos en distintos habitats; pero algunos de estos alimentos eran comidos sólo por un grupo, mientras otros eran comidos por dos, etc.
Para demostrar que las preferencias de comida pueden ser transmitidas, es necesario que sea el propio investigador el que les provea de una nueva fuente de comida para poder estudiar el proceso de aceptación y transmisión de la misma.
A un grupo de monos japoneses se les dio caramelos; cada individuo de una tropa recibió uno, en seis ocasiones, durante un período de 14 meses. En la primera ocasión el 11 % de los monos aceptaron los caramelos, pero en la última lo hizo el 64 %, incluyendo todas las 43 crías que nacieron después de los dos primeros tests. Algunos de los monos aceptaron los caramelos por propia decisión pero otros lo hicieron al observar a los demás.
Los chimpancés comen también insectos y varían sus dietas según las áreas geográficas. Se han comparado los datos de alimentación para cinco zonas diferentes, y se observa que algunos insectos que son comidos en un área son ignorados en otra, a pesar de que los mismos insectos se encuentran también en ella (McGrew 1983).
La hormiga Megaponera es comida por los chimpancés en el monte Assirik, pero se la ignora en Gombe. Por otra parte, los panales de abejas son buscados para alimentarse de su miel, tanto en Gombe como en el monte Assirik, pero son ignoradas por los chimpancés de Kasoje. Diferentes preferencias de dieta significan diferentes tradiciones alimentarias.
Todos los casos expuestos hasta ahora son debidos al aprendizaje observacional.
La imitación queda mejor ilustrada buscando ejemplos en los que el animal inventa y sus habilidades son adoptadas por otros congéneres.
El ejemplo más claro nos lo proporcionan los macacos japoneses de la isla de Koshima (Kawamura 1963).
Para poderles estudiar sin interferencias fue necesario traer a los monos a un lugar abierto atrayéndoles con unos boniatos que se arrojaban sobre la playa. Los investigadores quedaron atónitos cuando un día, Imo, una hembra de 16 meses, tomó sus boniatos y lavó la arena que los ensuciaba en un arroyo. A partir de aquel día de 1953 actuó siempre de la misma manera. Al poco tiempo otros monos empezaron a hacer lo mismo y en cuatro años la mitad de la población lavaba los boniatos del mismo modo, para posteriormente hacerlo ya todo el grupo.
Cinco años más tarde, en 1958, la costumbre se vio afectada por un nuevo cambio cuando los boniatos se pasaron a lavar en el mar en lugar de en el arroyo. La razón del cambio fue, sin duda, el encontrar los tubérculos más apetecibles con la sal añadida (Frisch 1968).
El comportamiento de Imo fue imitado en primer lugar por sus compañeros de juegos, que eran los que más fácilmente podían verla trabajando, y más tarde sus madres captaron el "invento" al observar a sus hijos mientras lavaban los tubérculos (Kawamura 1963, Itani y Nishimura 1973). Por su parte, las nuevas crías aprendieron la técnica al ver lavar los boniatos a sus madres.
Gracias a este descubrimiento, Imo ideó una nueva técnica. Por aquel entonces a los monos se les daba trigo además de boniatos, con la particularidad de que los granos de trigo les eran arrojados también sobre la arena de la playa. Naturalmente el trigo era difícil de separar de la arena, pero la ocurrente Imo se llevó un puñado de la mezcla trigo-arena al mar, y abriendo el puño lentamente mientras lo sumergía en el agua logró separar al instante el trigo de la arena, ya que la arena se hundía mientras el trigo flotaba.
Esta práctica fue adoptada por otros monos y con los años se fue extendiendo entre la población. (Itani y Nishimura 1973). Ambas habilidades fueron adoptadas más fácilmente por los monos jóvenes; los adultos y especialmente los machos eran mucho más reticentes.
No solamente podemos hablar de cultura y tradición en los primates, cada vez disponemos de más ejemplos que demuestran la existencia de ambas en mamíferos de sistema nervioso más sencillo e incluso en aves.
En el cráter del Ngorongoro en el Serengeti, diferentes clanes de hienas difieren en que algunos prefieren depredar más en ñus que en cebras mientras que otros actúan a la inversa, habiendo igual abundancia de ambos tipos de presa en la zona (Kruut 1972).
Algunos clanes de ratas (Rattus norvegicus) que viven en el río Po se sumergen hasta el fondo del río para recolectar moluscos bivalvos, mientras otras no lo hacen (Gandolfi y Parisi 1973).
Algunos pájaros aprenden a perfeccionar sus canciones al oír a otros pájaros cantando, y en áreas diferentes pájaros de la misma especie pueden cantar canciones algo diferentes (Nottebohm 1972).
Los ostreros (Haematopus ostralegus) tienen dos métodos para abrir moluscos: martillearlos hasta que se abran o abrirlos a fuerza de pico. Según en que áreas se encuentren se especializarán en uno u otro método, pero no en ambos, desarrollando los jóvenes únicamente la técnica utilizada en su área (Norton-Griffiths 1967). El martilleo es la mejor técnica para los lugares donde los moluscos están expuestos a bajas mareas y las valvas están fuertemente cerradas, y el "apuñalamiento" de pico funciona mejor en áreas donde siempre están cubiertos con agua, y las valvas están por tanto semiabiertas.
Llegado a este punto debe recordarse que las culturas del primate humano difieren no sólo en la tecnología, sino también en las costumbres sociales. Pues bien, las costumbres sociales también se dan en los chimpancés: miembros del grupo de Kajabala en Kasoje (Tanzania), en ocasiones se colocan en una postura inusual cuando están en situación de "grooming" (acto de desparasitación, que suele ser mutuo y que sirve para fomentar la cohesión del grupo): el compañero activo agarra una mano de su pareja y la levante en el aire para limpiarle el área del sobaco (McGrew y Tutin 1978). Este método nunca se ha visto en los chimpancés de Gombe. Se trata evidentemente de una costumbre social, del mismo tipo que se da entre los monos humanos.
Naturalmente el animal humano también hace uso del "grooming" en sus relaciones sociales, como cualquier otro mono. Cualquiera de los lectores habrá tenido ocasión de ver en documentales escenas de "grooming" entre humanos de diversas etnias, buscandose los piojos al igual que lo hacen otras especies de monos, pero si miran a su alrededor muy probablemente descubrirán el mismo comportamiento entre sus conciudadanos.
Porque "grooming" es la acción que efectúan los enamorados cuando se arreglan el pelo unos a otros, o se revientan espinillas mutuamente.
Todos estos ejemplos nos sirven para demostrar que vosotros no sois los únicos animales que poseéis tradiciones culturales.
Ya veis, tampoco en esto sois especiales.
Hemos visto que los primates pueden aprender de ellos mismos copiándose, pero ¿Pueden enseñar a sus congéneres?
Los que creen que sólo puede enseñar el primate humano porque para enseñar se precisa el lenguaje, están muy equivocados, porque la enseñanza se puede practicar en perfecto silencio.
Si vemos como algunas madres de mono muerden a sus crías para destetarlos, o como las hembras de monos japoneses separan a sus crías de los objetos extraños de los que ellas mismas están asustadas, o como las madres gorilas a veces sacan comida de las bocas de sus hijos, debemos pensar que en lugar de estar enseñándoles les están protegiendo. Pero sin embargo se dan casos en los que el ejercicio de la enseñanza es evidente.
Whiten describe el ejemplo de una gorila que fue estudiada en el zoo mientras criaba a su retoño. A las seis semanas, le aguantaba su cabeza mientras trataba de arrastrarse. Una semana o dos más tarde, se veía repetidamente a la madre echarse hacia atrás delante de su cría a la vez que la "citaba" con movimientos de la cabeza para que fuese hacia ella, (lo mismo se ha visto hacer a las madres de Rhesus (Hinde 1964)).
La gorila también llegó a colocar a la cría contra los barrotes de la jaula cuando esta debía aprender a trepar, y cada vez que caía sobre el suelo la colocaba de nuevo en la posición correcta. Era evidente que la madre enseñaba a su cría a andar y a trepar de la misma manera que puede enseñar el primate humano.
Más tarde los retoños siguen practicando por su cuenta para dominar la técnica de braquiación, al estilo de como las crías del primate humano se ejercitan en los parques públicos entre los columpios, barras paralelas y otros artilugios que también harían las delicias de cualquier otro primate no humano.
Si a vosotros os maravilla la evidencia de cultura en otros animales, a mí me maravilla el hecho de que, a pesar de ello, os sigáis considerando únicos en el ámbito cultural.
Y es que sois así de “ciegos”, porque sois así de soberbios.
Que los ejemplos que os da la Naturaleza os hagan caer la venda de vuestros ojos.
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