jueves, 1 de mayo de 2008

LA BUENA MUERTE

En las praderas de mi querido Congo he observado varias veces la misma escena. Un pequeño cérvido apura los últimos minutos de su corta vida. Está gravemente enfermo, se tambalea, avanza dando traspiés y de pronto se cae definitivamente para entregarse a la agonía que le llevará a la muerte. Esta situación no pasa inadvertida a alguna ave carroñera que hace acto de presencia en la escena preparándose para un festín.
A nosotros los bonobos, el revoloteo lento, circular e insistente de estos pajarracos en una determinada zona nos indica la presencia en este punto de un animal muerto o agonizante. Estos necrófagos siempre son los primeros en llegar junto al animal en estado terminal. Si todavía se mueve, esperan pacientemente a su lado a que exhale su último suspiro.

Observo que a vosotros, los monos domésticos os ocurre tres cuartos de lo mismo. A la que caéis gravemente enfermos y dais con vuestros huesos en un hospital para pasar entre dolores los últimos días de vuestra vida, no tardareis en detectar la presencia del ave carroñera de turno que se aprovecha de la ocasión. Sólo que en vuestro caso el buitre llevará, sotana, clergyman, hábito de monja… o se camuflará vestido de paisano para ejercer de "novio de la muerte". La única diferencia está en que no le interesa vuestro cuerpo, sino vuestra “alma”.

Hace ya cierto tiempo a un conocido mío le ingresaron en un hospital. Entró para morir con un enfisema terminal y fractura de fémur. Nada más entrarle en la habitación se presentó una monja para preguntarle de sopetón si era creyente. El paciente tragó saliva y reunió fuerzas para contestar que sí. Entonces la muy “humana” (vosotros diríais la muy “cerda” o la muy “zorra”), le espetó a dos palmos de su cara la siguiente frase: “Mejor, porque algunos verán pronto al Señor y conviene que estén preparados…¿Verdad que me entiende?”. Os juro que si me hubiese encontrado yo en la habitación y en lugar de ser bonobo hubiese sido chimpancé, me hubiera lanzado contra la yugular de la monja al instante.
¿Cómo es posible que dejen suelta a semejante elemento para que se mueva con toda libertad por entre las camas de enfermos terminales para hundirles sicológicamente y quitarles toda esperanza de recuperación? ¿En nombre de que caridad cristiana se le puede decir de golpe a un paciente que se va a morir, de manera tan brutal y sin la menor consideración?



Me entero por vuestros periódicos que una destacada líder del PP (Partido Puritano) que lleva el nombre de Esperanza, acaba de contactar con el Súper jefe de la Conferencia Episcopal, un tal Rouco Varela para pedirle que en el tribunal que deba valorar la concesión de cuidados paliativos a un enfermo terminal este presente uno de los brujos de su tribu.
Supongo que esta señora estará encantada de pagar a la Iglesia parte del inmenso favor electoral que le hizo al PP al recomendar a sus fieles que no votasen al PSOE, aunque afortunadamente al final no les sirvió de nada.
El brujo estará contento porque se hallará en su ambiente, tendrá su parcela de poder e intentará hacer prevalecer su criterio por encima del de los médicos.
Pero… ¿Y el pobre paciente? ¿Qué será de él si el brujo se sale con la suya y le “condena” a sufrir los terribles dolores terminales de su enfermedad sin cuidados paliativos?
Recordad que no hace mucho uno de los de su clan (el arzobispo de Pamplona) nos recordaba siniestramente a todos que Cristo murió en la cruz “sin cuidados paliativos”. Otros de su mismo palo insisten en que sufrir horribles dolores es bueno para el alma, ya que sirve para purgar los pecados cometidos ¡¡.

Como nosotros, los bonobos, somos animales racionales, creemos que de encontrarnos en vuestro lugar dejaríamos al paciente que tomara la decisión de si quiere vivir o morir con sufrimiento o sin él, al fin y al cabo cada paciente es propietario de su vida.
Vosotros los humanos, en cambio, como animales irracionales que sois, dejáis que sea un comité en el que habéis embutido a un cura, el que decida si debéis sufrir hasta la muerte o no.
Como siempre, los bonobos pensamos que vuestra irracionalidad es patente y que vuestra supuesta inteligencia hace aguas por todas partes.

Los curas siempre se apoyan en el terror de la muerte y cuando os llega la ocasión no pueden faltar a vuestro lado para incordiaros y añadir terror al terror.
Siempre juegan con ventaja aprovechándose de la psicosis del más allá.

Me ponen en mis manos un pequeño misal titulado “El joven cristiano”. El propietario del misal me cuenta que fue una de las víctimas de la tribu salesiana del colegio de Horta.

En dicho colegio todos los primeros viernes de mes reunían a todos los niños acogidos bajo su tutela en la capilla y una vez allí, les obligaban a leer todos a la vez y en voz alta “El ejercicio de la buena muerte”.

La edad de las pobres criaturas oscilaba de los NUEVE añitos a los 16.
En la página 203 del misal empieza el susodicho ejercicio con una frase lapidaria que me llama la atención: “Se puede dar por asegurada la salvación de aquel que todos los meses hace bien este Ejercicio” (San Juan Bosco).
La siguiente frase tampoco tiene desperdicio: “Toda nuestra vida debe ser una preparación para tener una buena muerte” .
No hace falta decir que según los curas una “buena muerte” no significa una muerte plácida y sin dolor sino lo que vais a leer a continuación y que yo, previo escaneo del misal, os inserto horrorizado en este post.

ORACIÓN A NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO PARA OBTENER UNA BUENA MUERTE

¡Oh Jesús, Señor mió, Dios de bondad. Padre de misericordia!, yo me presento ante Vos con el corazón humillado y contrito; os encomiendo mi última hora y lo que después de ella me espera.

Cuando mis pies, ya inmóviles, me adviertan que mi carrera en este mundo está próxima a su fin. Jesús misericordioso, tened piedad de mí.

Cuando mis manos, trémulas y entorpecidas, no puedan ya estrecharos, j oh bien mió crucificado!, y contra mi voluntad os dejen caer sobre el lecho de mi dolor. Jesús misericordioso, tened piedad de mí.

Cuando mis ojos llenos de tinieblas y desenca­jados ante el horror de la cercana muerte fijen en Vos sus miradas lánguidas y moribundas. Jesús misericordioso, tened piedad de mí.

Cuando mis labios, fríos y temblorosos, pronun­cien por última vez vuestro adorable nombre. Jesús misericordioso, tened piedad de mí.

Cuando mis mejillas, pálidas y amoratadas, ins­piren lástima y terror a los que me rodeen, y mis cabellos, húmedos con el sudor de la muerte, eri­zándose en la cabeza, anuncien mi próximo fin, Jesús misericordioso, tened piedad de mí.

Cuando mis oídos, próximos a cerrarse para siempre a las conversaciones de los hombres, se abran para oír vuestra voz al pronunciar la sen­tencia irrevocable que fijará mi suerte por toda la eternidad. Jesús misericordioso, tened piedad de mí.

Cuando mi imaginación, agitada por horrendos y espantosos fantasmas, quede sumergida en con­gojas de muerte, y mi espíritu, turbado con la visión de mis iniquidades y el temor de vuestra justicia, luche contra el ángel de las tinieblas, que tratará de arrancarme el recuerdo consolador de vuestras misericordias y precipitarme en el abismo de la desesperación, Jesús misericordioso, tened piedad de mí.

Cuando oprimido mi débil corazón con los do­lores de la enfermedad, se vea asaltado por el horror de la muerte y desfallecido por los esfuer­zos realizados contra los enemigos de mi eterna salvación. Jesús misericordioso, tened piedad de mí.

Cuando derrame las últimas lágrimas revelado­ras de mi destrucción, recibidlas, ¡oh Jesús mío!, en sacrificio de expiación para que muera como victima de penitencia, y en aquel momento terrible, Jesús misericordioso, tened piedad de mí.

Cuando mis parientes y amigos, apretados alre­dedor de mi lecho, se compadezcan de mi lasti­moso estado y os invoquen en mi favor, Jesús misericordioso, tened piedad de mí.

Cuando, perdido ya el uso de todos los senti­dos, el mundo entero haya desaparecido de mi vista y gima en el estertor de la última agonía y en las congojas de la muerte, Jesús misericor­dioso, tened piedad de mí.

Cuando los últimos alientos del corazón obliguen a mi alma a salir del cuerpo, aceptadlos como actos de una santa impaciencia de ir a Vos, y Vos, Jesús misericordioso, tened piedad de mí.

Cuando mi alma salga de los labios entreabier­tos despidiéndose para siempre de este mundo, y deje este cuerpo pálido, frío y sin vida, aceptad la destrucción de mi ser como un homenaje que yo ofrezco a Vuestra Divina Majestad, y enton­ces, Jesús misericordioso, tened piedad de mí.

Obligar a niños de 9 y 10 años a leer en voz alta en una iglesia la truculenta y horrorizante descripción de lo que será su muerte roza la obscenidad y nos habla del sadismo sin límites que es propio de la Iglesia católica. Pero, por si aún lo dudáis, no os perdáis la descripción detallada que hace el mismo misal en su página 57 sobre que es y como es el infierno…. Dice así:

EL INFIERNO

El infierno es el lugar destinado por la divina justicia, para castigar con eternos suplicios a los que mueren en pecado mortal.

La primera pena que los condenados padecen en el infierno es la de sentido, al ser atormentado todo su cuerpo por un fuego que arde horriblemente sin disminuir jamás.
Éste penetrará por los ojos, la boca y por todo el cuerpo, y cada uno de los sentidos sufrirá una pena especial.
Los ojos quedarán oscurecidos por el humo y las tinieblas, y aterrorizados al ver a los demonios y a los demás condenados.
Los oídos no oirán más que gritos, aullidos, llantos y blasfemias.
El olfato será atormentado con el hedor de azufre y betún ardiendo, que lo sofocará.
La boca sufrirá sed ardentísima y padecerá un ham­bre canina: Famem patientur ut canes.
Dios per­mitió que el rico Epulón, en medio de aquellas tor­mentos, dirigiese una mirada a Lázaro, pidiendo una gota de agua para calmar el ardor que le con­sumía; pero aun ésta le fue negada.
Aquellos in­felices en medio de las llamas, devorados por el hambre y la sed, atormentados por el fuego ince­sante, gritan y se desesperan.

¡Ah, infierno, infier­no, qué desgraciados son tus moradores! ¿Qué dices, hijo mío? Si hubieras de morir en este mo­mento, ¿a dónde irías? Si no puedes ahora soportar una chispa de fuego en la mano, la ligera llama de una vela, ¡cómo podrás sufrir aquellas llamas por toda la eternidad?
Considera e remordimiento que experimen­tará el alma de los condenados. Su memoria, en­tendimiento y voluntad padecerán terribles tor­mentos. Recordarán continuamente el motivo por que se perdieron, esto es: por un placer pasajero, por una pasión no reprimida; y ese pensamiento será para ellos el gusano roedor que no morirá ja­más: Vermis eorum non moritur.
Pensarán en el tiempo que Dios les había concedido para reparar sus faltas; en los buenos ejemplos de sus compañeros; en los propósitos formados, sin ponerlos ja­más en práctica. Pensarán en las pláticas oídas, en los consejos de sus confesores, en las buenas inspiraciones para no pecar; y viendo que ya no hay remedio, lanzarán rugidos desesperados.
La voluntad no tendrá ya nada de lo que desea, su­friendo, por lo contrario, todos los males.
El en­tendimiento conocerá el bien inmenso que ha per­dido. El alma, separada del cuerpo y presentada ante el divino Tribunal, ha visto la belleza de Dios, ha conocido su bondad, ha contemplado por un instante el esplendor del Paraíso, ha oído quizá los dulcísimos y armoniosos cantos de los Ángeles y bienaventurados, y todo esto le es arrebatado para siempre... ¡Oh dolor! i Qué tormento tan ho­rroroso! ¿Quién podrá resistirlo?

ETERNIDAD DE LAS PENAS

Considera, hijo mío, que si caes en el infier­no, no saldrás de el jamás. Allí se padecen todas las penas y todas por siempre.
Pasarán cien años, mil... y el infierno empezará; pasarán cien mil, cien millones, mil millones de años y de siglos... y el infierno estará en su principio.

Si un ángel anun­ciara a un condenado que Dios había de librarle de las penas del infierno después de pasar tantos millones de siglos como gotas de agua hay en el mar, hojas en los árboles y arenas en el mundo, esta noticia le serviría de indecible consuelo. "Es cierto, exclamaría, que es inmenso el número de éstos, pero llegará, al fin, un día en que éstos habrán concluido." Mas, ¡ay!, pasarán estos millones de siglos y una infinidad, de otros... y el infier­no empezará.
Cada condenado quisiera decir a Dios: "Señor, aumentad cuanto queráis mis penas, con tal que me deis la esperanza de verlas concluir algún día." Pero no; este término y esta esperanza no llegará jamás.

Si, a lo menos, el condenado pudiese enga­ñarse a si mismo y decir para si: "i Quién sabe si Dios algún día tendrá piedad de mí y me sacará de este" abismo!" Pero, no; ¡jamás abrigará esta esperanza! El condenado tendrá siempre presente la sentencia de su condenación eterna.

Estos tor­mentos, este fuego, estos horribles gritos no concluirán jamás. ¡Siempre!, verá escrito en las lla­mas que le devoran: ¡siempre!, en la punta de las espadas que le traspasan; ¡siempre!, en las horri­bles fisonomías de los demonios que le atormentan; ¡siempre!, en aquellas puertas que no se abrirán jamás para él.

¡Oh eternidad! jOh abismo sin fondo! ¡Oh mar sin límites! ¡Oh caverna sin sa­lida! ¡Cuánto horror! jOh, maldito pecado, qué tremendo suplicio preparas al que te comete! ¡Ay, hijo mió, no cometas más pecados en tu vida!

Lo que debe espantarte en todo tiempo, es el pensar que este horrible abismo está siempre abierto bajo tus pies y que basta un solo pecado mortal para caer en él.

¿Comprendes, hijo mío, lo que lees? El pecado, que cometes con tanta faci­lidad, merece una pena eterna.
Una blasfemia, una profanación de los días festivos, un odio, una mur­muración, un hecho, un dicho, un pensamiento obsceno, bastan para condenarte a las penas del infierno.



Sinceramente pienso que es un autentico crimen traumatizar la mente de una criatura con tanto sadismo.

No se trata de un libro comprado por un particular en una librería, se trata del misal escogido entre muchos otros para representar la filosofía salesiana en un colegio de más de quinientos alumnos.

Y no se os ocurra decir que esto se decía “antes”. Vuestro actual papa acaba de recordaros que “el infierno existe y es eterno”.

Sembrar el terror a la muerte y al infierno es la estrategia que siempre a seguido la Iglesia para adquirir poder. Primero aterroriza con el infierno y luego se ofrece como único remedio para la salvación eterna. De esta manera de actuar a vivido a lo largo de la Historia.

Francamente no entiendo como podéis adorar a un Dios capaz de crear un infierno tan atroz y eterno para vosotros. Y encima proclamáis que vuestro Dios es todo amor.

Os explican que basta con una blasfemia o una sola murmuración o un solo pensamiento obsceno y ya vais al infierno para toda la eternidad… y vosotros insistís en que vuestro Dios es infinitamente justo ¡¡¡

Lo dicho, por mucho que os esforcéis nunca llegareis a convencernos de que sois animales racionales, para nosotros sois el paradigma de la irracionalidad.

Como los humanos sois tan poco inteligentes nunca se os ocurrirá preguntarles a los curas ¿cómo es posible que un Dios infinitamente bueno haya podido crear este tipo de infierno para torturar eternamente a sus criaturas?
Si alguna vez os animáis a hacerles la pregunta veréis como se ponen rojos, tartamudean, carraspean, tosen, sudan y desvían la mirada… este es el momento para correrles a gorrazos. ¡¡ Ya veréis como corren ¡¡

Haceros la idea que cuando os llegue la última hora, dependiendo del hospital en el que estéis y con la actual ley vigente, algunos de estos pajarracos pueden revolotear cerca de vuestra cama.
Como buenos brujos aparecerán con estampas, oleos, crucifijos y con todo tipo de parafernalia con la que se adornan tales individuos. Se expresaran en latín mientras multiplicaran los aspavientos y los gestos rituales aliñados con la aspersión de agua bendita que tanto nos recuerdan a un exorcismo más que a otra cosa.
Todos aspiramos a morir en paz, seguro que los monos humanos también. Todos queremos en estos momentos tranquilidad y ausencia de dolor.
Pero si en los comités de ética de la Seguridad Social os colocan a un cura (y para más INRI católico) tenéis ya el veredicto infectado de censura religiosa.

Si tenéis la maldita suerte de que os toque un brujo integrista partidario del dolor para expiar los pecados… vais listos.
Ni se os ocurra mencionar la palabra eutanasia, ni en su forma pasiva, ni mucho menos activa.
La tribu de curas esta en contra de la eutanasia pero, los muy cucos esconden a los no versados que, según sus santos libros, un centurión se apiadó de la agonía de Jesucristo y con una certera lanzada le aplicó la eutanasia activa para que dejara de sufrir, vosotros no tendréis derecho a este privilegio.

El convenio firmado entre Esperanza Aguirre y Rouco Varela (Estado laico/ Iglesia católica) no deja de ser una renovación de un acuerdo anterior firmado por su antecesor, Alberto Ruiz Gallardón. El acuerdo para que la Iglesia tenga voz y voto en detalles como la sedación de enfermos terminales puede tener funestas consecuencias.
No se trata de que un paciente pueda tener el “consuelo espiritual” de un capellán, si así lo desea, sino que la Iglesia pueda meter sus santas narices en discusiones que afectan a la práctica médica

El hecho de que un cura forme parte de un comité de ética de los hospitales públicos de Madrid, puede abocar a mucha gente a una muerte lenta y agónica contra su voluntad y la de su familia.
Los curas católicos actuarán como moralistas junto con los médicos que lo harán como técnicos. Si ya es triste que os quieran hacer creer que moral es igual a ética, lo más disparatado del caso es que serán los curas católicos los que aconsejaran que tipo de final han de tener los fieles de otras creencias, como los musulmanes, judíos, testigos de Jehová, etc. y lo que es mucho peor, tendrán derecho a opinar sobre el final de los cada día más numerosos ateos.
Las relaciones de cooperación entre la Iglesia y el Estado que recoge el artículo 16.3 de la Constitución no puede ser discriminatorio para las demás creencias religiosas o las convicciones ateas.

No basta con que los crucifijos cuelguen aun en las escuelas y en las juras de los ministros de un estado aconfesional, me temo que ahora los ateos e integristas musulmanes los verán rondar cerca de sus narices en los momentos finales para colmo de sus males.
Los curas llevan siglos intentando organizar vuestros placeres, vuestra sexualidad, vuestros pensamientos, la declaración de Hacienda, lo que deben estudiar vuestros hijos (y lo que no) e incluso se atreven a dirigir vuestro voto cuando se acercan las elecciones. Pues bien, no tienen bastante con ello... ahora pasarán también a organizar vuestra muerte en los hospitales.

¡¡ Suerte que los bonobos nos libramos de todo esto ¡¡


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