viernes, 13 de febrero de 2009

MATAR A UN ANIMAL


Los mecanismos irracionales de inhibición se manifies­tan de manera diáfana en los casos en los que la moral racional considera totalmente lícita la acción de matar, como sucede cuando se trata de dar muerte a un animal no humano. Las excepciones honrosas a esta la­xitud de con­ciencia las tenemos en algunas religiones que prohíben, de manera taxa­tiva, matar a cualquier animal. Entre ellas, evidentemen­te, no se en­cuentran ni el cristianismo, ni el islamismo ni el judaísmo.
El hinduismo, budismo y jainismo optan por el vegetarianismo para respetar la vida animal, mientras que a los fieles pertenecientes a la religión cristiana, judaica e islámica se les ordena matar a determinados animales para aplacar la sed de sangre de su Dios.
A ellas hay que añadir a otras religiones menores que también requieren sacrificio animal, como las animistas, la religión Yoruba, la santería, etc.
Los sacrificios de los de vuestra especie fueron practicados en muchas culturas antiguas. Matabais a las víctimas ritualmente de una forma que pretendía apaciguar la agresividad de vuestros dioses. Los sacrificios humanos fueron practicados en las religiones celtas de la edad de bronce y en los rituales relacionados con la adoración de los dioses en los Países Escandinavos. Para los habitantes de la antigua Cartago, enemiga sempiterna de Roma, el sacrificio de sus crías recién nacidas era también una manera de aplacar a sus dioses.
Siendo como sois, y creando dioses como los que creáis, no os han de extrañar ese tipo de comportamientos.
Si hojeáis la Biblia veréis que el Dios que adoráis, en el colmo de su maldad, se atreve a pedirle a Abraham que mate a su único hijo y se lo ofrezca en sacrificio.


Antiguamente, cuando sacrificabais a otros animales para rendir culto a vuestros dioses, los solíais matar y quemar, pues estabais convencidos que la ofrenda llegaba al cielo en forma de humo. Sacrificabais varios tipos de animales, sanos y de buena calidad y sólo recurríais a inmolar a los de vuestra especie cuando queríais hacer un obsequio especial a vuestras divinidades. El “regalo” subía de categoría cuando la víctima era una doncella o un guerrero sano y fuerte.

Los primitivos griegos sacrificaban varios tipos de animales (cabras, ovejas, caballos, perros y ganado vacuno), y a veces consumían parte de sus carnes en un banquete para sellar la comunión con los dioses.
En México, antes de la conquista (y masacre) española del siglo XVI, los aztecas ofrecían sacrificios humanos al dios del sol, práctica que se cobraba unas 20.000 vidas cada año.
Y yo, una vez más me pregunto: ¿Qué tipo de bestia horrible sois los humanos? Sois la única especie animal capaz de inventarse dioses malignos a los que sólo se puede calmar sacrificando vidas inocentes, para poder ofrecerles su sangre.
Incluso el Hinduismo (que respeta la vida animal), antiguamente, durante el periodo védico, tenía a sus sacerdotes ocupados en ofrecer en sacrificio seres humanos junto con otros animales y plantas en momentos estipulados.
También los antiguos chinos practicaban el sacrificio humano y hacían ofrendas de animales a los dioses y a sus antepasados.
Hoy en día, todavía se matan cabras y gallinas en algunos templos de la India y del Nepal.

La manera de matar hindú se basa en el estilo Jhatka, que consiste en cortar la cabeza de la víctima de un solo tajo con una pesada espada. Esa es la manera más piadosa de matar ya que de un solo golpe se secciona la columna vertebral y los vasos sanguíneos que irrigan el cerebro.
Árabes y judíos son muchísimo más crueles a la hora de matar. Cortan la garganta del animal y le dejan desangrarse poco a poco, mientras lo inmovilizan unos cuantos de los monos domésticos que ejercen de matarifes.

Organizaciones protectoras de animales han pedido que se prohíban estos métodos de sacrificio, a no ser que incluya un aturdimiento del animal, previo al sacrificio.
El informe ha sido objeto de rechazo entre las organizaciones judías y musulmanas. No obstante, algunos eruditos musulmanes han recordado que, en principio, no hay nada en el Islam que se oponga al aturdimiento de los animales con anterioridad a su sacrificio.
Por su parte, un alto representante de la comunidad judía, Henry Grunwald, afirmó que "la comunidad se opone a cualquier propuesta que nos impida vivir con arreglo a la Ley judía. Los expertos han confirmado que el método judío para el sacrificio de animales es, al menos, tan humano como el resto de los otros métodos que se emplean. Llamamos al gobierno a asegurar que se mantenga el respeto a los derechos de la comunidad judía".
Estoy de acuerdo en que es un método muy “humano”, ya que, como sabeis, siempre os he comentado que sólo los humanos sois capaces de tales atrocidades.

El sacrificio dhabhu es el utilizado por los adictos al Islam. Consiste en cortar el conducto de la garganta y las dos venas yugulares del pobre animal.
La expresión que se dice en el sacrificio es: “Bismillah wa Allah Hu Akbar!” ("En el nombre de Allah y Él es el más grande").
Allah dice en el Corán:
Y no comáis de aquello sobre lo que no haya sido mencionado el nombre de Allah, pues es una perversión.” (Sura de los rebaños/121).
Está permitido el sacrificio con todo aquello que haga derramar sangre por el corte de las yugulares, sea de hierro u otro material, exceptuándose los dientes y las uñas.
La victima es colocada sobre su lado izquierdo y encarada en dirección a la Meca.
Se empieza el degüello del animal desde la parte delantera de la garganta y se continúa hasta terminarlo.
Nunca se inicia el degüello por la zona de la nuca o lateral del cuello.
Tampoco deberá entrar el cuchillo para cortar más allá de la garganta y las dos yugulares, porque si se hace una de estas tres cosas no se permite comer el animal. La garganta se refiere al conducto por el que circula el aire de la respiración, y las dos yugulares se corresponden con las venas que corren a lo largo del cuello.

Dice el Coran:
“Envió al Profeta Budail Ibn Warqa a un lugar de Mina y le dijo: ¿Es que no se sacrifica en la garganta y se degüella en el orificio de la cabeza del esternón? No tengáis prisa para que muera.”
Y en un texto de Ibn Al Habib se cita:
“Si se sacrifica por el cuello o por la nuca no se comerá aunque se haya puesto la intención del sacrificio.”
“Comed de aquellos de los que sale su sangre y sobre los que se menciona el nombre de Allah.”
“Si se sacrifica un animal teniendo una cría en su interior, si sale viva hay que sacrificarla para comer de ella; pero si muere antes de que pueda sacrificarla se come. Si sale muerta habiéndose formado completamente y con pelo crecido, se come. Pero si no está formada no se come”.
En resumen: La cría se come, por consenso, si sale viva y se sacrifica. Como opinión más generalizada, se come al sacrificar a la madre y si tiene pelo, aunque salga muerta.

El Islam, la tercera gran religión monoteísta surgida después del judaísmo y el cristianismo y que practican unos 1.200 millones de personas en todo el mundo. Celebra la Fiesta del Sacrificio o Aid El Adha, en recuerdo del cordero que Abraham degolló como sacrificio a Dios en lugar de su propio hijo. Todos los años por esas fechas (día décimo del mes lunar del Dualhuya), los padres degüellan un cordero o un animal macho que se prepara y come en familia. Es el principal rito de unas celebraciones que se prolongan varios días. Los corderos son sacrificados al concluir el rezo de la mañana y, en su mayor parte, las familias recurren a matarifes que recorren las calles con sus instrumentos para ofrecer sus servicios.
La matanza se hace siguiendo el rito Allah, que establece que el matarife debe hacerla con un cuchillo santo, según marca la tradición. Tras colgar al cordero con la cabeza mirando a la Meca y rezar unos versículos del Corán, se degüella al animal. La fiesta dura dos días enteros.
En Argelia existe también la costumbre de acompañar los asados con el buzeluf, una preparación al horno de la cabeza de los animales sacrificados.
Los islámicos no sólo sacrifican corderos, también matan cabras, vacas e incluso camellos, en la “fiesta del sacrificio” (Aid El Adha), en época de peregrinaje a la Meca.

Con el sacrificio del cordero, centro y meollo de la Pascua, los judíos celebran y actualizan anualmente su origen como “pueblo elegido de Dios”, ¡¡ faltaría más ¡¡.
Según las sagradas escrituras, el Ángel exterminador que pasaba masacrando a los recién nacidos de todas las casas, se saltaba las casas cuyo dintel estuviera marcado con la sangre del cordero pascual (Ex 12, 21-28).

Aún en los casos en los que la moral tradicional jus­ti­fica la tor­tu­ra y muerte de un animal (como por ejemplo en vivisec­cio­nes, manifes­ta­ciones culturales y ritos religiosos), se detecta en todo mono domestico psíquicamente equilibrado (cosa harto difícil, por otra parte), cierto tipo de aversión a matar.
Esta sensa­ción podría considerarse una reminis­cen­cia de un an­cestral sen­tido ani­mal de no agredir al que no significa un peligro in­minente, sensación que nosotros, los bonobos, siempre hemos tenido muy presente.
Esta dis­posición se acentúa, aún más, cuando se trata de sacri­ficar a un ani­mal que por su morfología os recuer­da vuestro propio cuerpo.
Cuanto más cer­ca de vosotros, en la escala evolutiva, se en­cuentre un animal, tan­to más difícil os será disponer de su vida.
Se hace más difícil ma­tar a un vertebrado que a un invertebrado (al que casi siem­pre se le mata por sistema). ¡ Qué pocos sois los humanos que os resistís a pisar la cu­cara­cha que se cruza en vuestro camino !...

Entre los verte­brados, son más fáci­les de eliminar los que el hombre denomina "infe­riores", siempre y cuando sus for­mas no recuerden partes de vuestro cuerpo. Así no hay ningún tipo de obje­ción cuando se trata de capturar a un pez, y sí la hay, sin embargo, cuando se tra­ta de matar a un sapo o a una rana, puesto que sus extre­mi­dades se parecen demasiado a las vuestras.


El mismo tipo de inhibición se mani­fi­esta tam­bién frente a las formas juveniles de diver­sos anima­les, las cuales desencadenan un sentido innato de protección al débil.


Por otra parte, la muerte de un animal es mucho más sentida cuando se ha logrado es­tablecer una relación de convivencia con él.
Años atrás, en vues­tro país, se acostumbraba a comprar, con una cierta antelación, al ga­llo, pato o pa­vo que iba a sacrificarse por Navidad. Los jóvenes de la casa tenían ocasión de jugar y alimentar a su nueva mascota durante el perío­do va­cacional navideño. Al llegar el día señalado para el sa­crificio, el drama doméstico era total. ¿Quién mataría a la mascota?, y una vez muerta... ¿Quién sería capaz de comérsela? En algunos casos se sol­ventaba la papeleta regalando al animal, y colocando a un sustituto en la cazuela.
Una vez metidos en el proceso de sacrificar al animal, vuestra in­hi­bición será tanto más acusada cuanto más directamente in­ter­vengais en su muerte.

No es lo mismo colocar a un gato en un frasco saturado con una cantidad letal de cloroformo, que estrangu­larlo con vuestras pro­pias manos. En el segundo supuesto, debéis enfrentar­os a sus maulli­dos y bufidos, así como a su desesperado pa­taleo. Como bien apunta el premio Nóbel, Konrad Lorenz, existe, con toda seguridad, una buena dosis de falsa mo­ral en la teoría de que es más ético darle a un animal una mu­erte rápi­da y sin dolor, cuando realmente lo que buscáis es no te­ner­os que en­frentar con los estímulos que desencade­nan la inhibición, que par­ten constantemente del organismo al que se pre­tende eliminar.
Nunca he acabado de entender porqué vuestras leyes consideran más grave el asesinato “por la espalda” ya que considero que el asesino es aun más depravado si es capaz de matar frente a frente a su víctima superando, sin inmutarse, la mirada, los ruegos, las súplicas y las muestras de miedo y desespero de sus víctimas.

En fin, la evolución os ha hecho así y nosotros le agradecemos profundamente que se haya olvidado de los bonobos y de los demás animales a la hora de repartir las maldades, las cuales, al parecer, han recaído todas sobre vosotros.

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