lunes, 30 de noviembre de 2009

MASACRANDO ELEFANTES

Hace 400.000 años ya utilizabais el marfil de mamut para es­culpir figuras que creíais mágicas. Más tarde este mate­ri­al fue traba­jado por las grandes civilizaciones de monos domésticos de Egipto, Grecia, y Roma. En Es­paña los ver­daderos propulsores fueron los árabes, durante su inva­sión. Hoy seguís buscando el marfil para poder labrar es­ta­tu­illas, fabri­car bolas de billar, o teclas de piano…aunque sea fuera de la Ley.

De los diez millones de elefantes que existían en 1940 al sur del Sahara, quedaban, en 1979, solamente 1.300.000. Diez años más tarde la cifra fluctuaba entre los 400.000 y los 700.000, se­gún el gra­do de pe­simismo de la fuente. Según informes de los espe­cia­listas Douglas-Ha­milton, Kenia tenía 130.570 elefantes en 1973, y en 1987 sólo 19.749. Tanzania tenía 184.872 en 1973, y 87.088 en 1987. Ugan­da, pasó de las 17.620 cabezas, en 1973, a las 1.855, en 1987. En al­gunas zonas el descenso de indi­viduos fue verdaderamente drástico. En el parque de Tsavo, en Kenia, desaparecieron el 90 % de los ele­fantes en los años que van desde 1975 a 1990. El problema se agravó a causa de la lenta reproduc­ción del ele­fante, ya que el período de gestación es de 22 meses, y las hembras paren una sola cría cada vez.


Matais, matais y volveis a matar porque eso os da placer. ¡¡ Criminales ¡¡. Sois tan imbéciles que valoráis más el marfil del “colmillo” de un elefante que su propia vida. El instinto asesino de vuestra especie no se encuentra en ningún otro animal. Por culpa vuestra lo que antes era una floreciente población de proboscídeos quedó convertida en una caricatura de si misma.

Para intentar paliar tal desaguisado, la Convención sobre el Co­mercio de Especies Amenazadas (CITES) acordó en 1990 pro­hibir el co­mercio internacional del marfil. Pero se dio el caso de que la mayoría de los 36 Estados con elefantes, se encontraban entre los países más po­bres, y la población se lanzó a la caza furtiva para po­der comerciar con el marfil. Ello implicó que cada año fueran abatidos unos 70.000 e­jem­plares.
Por otra parte, el anuncio de la prohibición multiplicó las ventas de marfil en va­rios paí­ses (entre los que se encontraba España), para po­der especu­lar con el "oro blanco" de los incisivos amputados (los mal llamados “colmillos de los elefantes” son, en realidad, dientes incisivos de la mandíbula superior).


La masiva demanda, unida a los proble­mas de su­minis­tro, disparó los precios. El precio del marfil se multi­plicó por 12 entre 1970 y 1990. Entre 1982 y 1988, había in­cre­mentado sus cos­tes en un 25 %, llegando a dupli­car, con creces, el precio de la plata en 1989 (año en que se prohibió su comer­cio).

El 94 % del marfil provenía de la caza furtiva e impulsaba una industria que llegó a mover anualmente unos 18.000 millones de las antiguas pesetas. En 1987, España aún importaba 2.000 kilos de marfil tra­bajado y 1.000 kilos de marfil en bru­to.
En 1979 los traficantes pagaban a los furtivos 7.500 pesetas por ki­lo, y en 1990 el kilo de marfil le era pagado al furtivo al precio de 24.000 pesetas. Ese mismo kilo (una vez preparado), se vendía en joyerías europeas a dos millones de pesetas en 1990. Con lo que de los 115.000 mi­llones de pesetas que movía en 1990 el negocio del marfil, sólo 1.128 millones se quedaban en África.
En los años cincuenta África exportaba una media de 200 tone­ladas anuales de marfil, y en 1979 se pasó a 900 toneladas. Entre 1986 y 1987, la exportación bajó hasta las 300 toneladas, pero este descenso era en­ga­ñoso, puesto que la desaparición de los grandes ma­chos obli­gó a ca­zar un número mayor de elefantes para conseguir la misma can­ti­dad de marfil, con lo que, en realidad, durante estos años se sacrifi­có apro­xima­damente el mismo número de elefantes. La triste evi­dencia es que en la década de los ochenta el 95 % de los elefantes adultos que dispo­nían de grandes defensas fue aniquilado por el animal humano. A consecuencia de todo ello, aunque una pieza de macho adulto podía llegar en los años sesenta a los 70 kilos, la media actual no sobrepa­sa los cuatro kilos por ejemplar.

Del elefante buscabais también la piel, las patas, el pelo y la co­la. La piel del elefante llegó a alcanzar, después de muerto, las 3.000 pesetas el kilo. Dicha piel se utilizaba para confeccionar botas y objetos de a­dorno para vuestras casas. Las patas amputadas a los cadáveres de los elefantes, una vez curtidas, eran transformadas en para­güeros. Otros restos del cadáver los utilizabais para adornar vuestras patéticas figuras. Con sus pelos fabricabais pulseras, y con su rabo co­llares.

Para derribar al elefante los cazadores utilizaban rifles de repetición "Mas 36", "GT" auto­máticos del calibre 475, cargados con balas blinda­das, o, incluso, viejos "ka­lashnikov".



Bala blindada





Rifle Mas-36




Kalashnikov

Los cazadores furtivos, en al­gu­nas oca­siones, aun llegan a cazarlos con ametralladoras. El cazador apuntaba al a­rranque de la trompa, al codillo, a los ojos, o a la parte posterior de las ore­jas.



Los nativos utilizaban lan­zas, para ir pinchan­do bajo la piel las venas principales, con el fin de desan­grar rápida­men­te al animal. Luego cortaban la trompa del elefante para poder te­ner un ac­ceso más fá­cil a sus incisivos superio­res. Acto se­guido los sepa­ran de sus mandí­bulas, utili­zando para ello sie­rras mecánicas.



En 1975 una licencia para cazar elefantes costaba 25.000 pesetas. En 1989 el precio para un safari equivalente al de 1975, de 21 días, se establecía entre los seis y los diez millones de pese­tas.

Vuestra perversión no tiene límites, por eso no dudáis en hacer negocio con la agonía y muerte de determinadas especies. Os lucráis con el martirio y muerte del toro en España como os “forrásteis” con el asesinato de los elefantes en África.

Como consecuencia del acoso humano, este animal cam­bió sus há­bitos. Antes era de carácter apacible y social. Hoy, se ha convertido en desconfiado, silencioso, y de hábitos nocturnos. Huye ante la pre­sencia del asesino humano. Se desplaza en grupos pequeños, guiados por jóvenes hembras, cuando antiguamente los grupos eran más numerosos, y eran guiados por enormes hembras adultas.

En Kenia, en el año 1989, unos 700.000 turistas visitaron sus par­ques nacionales dejando unos beneficios de 3.000 millones de pese­tas. Esa cantidad de dinero doblaba la que se obtenía en toda el África por la venta de marfil.
Las autoridades analizaron los números y vieron que les interesaba más tener elefantes vivos para poderlos explotar como espectáculo de cara al turismo, que cadáveres desdentados. Por otra parte era evidente que no convenía extinguir la “gallina de los huevos de oro”. Mantenerlos vivos significaba perpetuar el gran negocio turístico, matarlos por dos piezas dentales llevaba inexorablemente a la extinción de la especie. Las agencias turísticas presionaron con insistencia sobre la necesidad de ver un buen número de elefantes vivos en las reservas. Ello propició la práctica del conservacionismo, no por altruis­mo, sino por meros intereses económicos.
Gracias a esta situación la población de elefantes se ha triplicado en África durante los últimos seis años. Que os quede bien claro que si los habéis dejado de matar, no es por el interés del elefante sino por el vuestro. Los turistas quieren espectáculo y los Gobiernos dólares en sus arcas. Los pobres elefantes siguen siendo parasitados por los monos domésticos.

Desde que se de­claró la gue­rra contra los traficantes de marfil y los cazadores fur­tivos, éstos han asesinado ya a varios turistas, a los que culpan de ser causantes indirectos de la prohibición del trá­fico de marfil.

En vuestro país, un conocido cazador (un sinvergüenza de alto copete) alardeó durante un tiempo con orgu­llo, de ser el español que ha cobrado más piezas en África: 1.404 bú­falos, 137 leo­nes, 51 leopardos, 57 rinocerontes y...836 ele­fantes, sin contar o­tros cen­tenares de piezas capturadas en numerosos safaris con clientes. Pero el récord del que se mostró más orgullo­so fue el de haber cazado 20 e­lefantes en 75 minutos. Dicho ciudadano (un autentico asesino en serie) se consi­deraba un ferviente conservacionista (como la mayoría de los ca­zadores) porque, según él, "cazar no tenía nada que ver con matar". Manifestaba a quien le quisiera oír, que cazaba elefan­tes, simplemente,...¡ porque sobraban !.
Cuando en realidad los únicos que sobran en este mundo son él y los de su especie, es decir, vosotros.
¿Cuando instaurareis, de una puñetera vez, la pena de muerte (con azufre y salfuman) para esos cazadores criminales que se dedican a arrebatar vidas a mansalva en busca del más obsceno de los récords … el de vidas abatidas?.


Por cierto… hace un par de semanas vuestro Rey recuperó el record de España de venado en dura pugna con otro mono domestico de vuestro país.
Personalmente opino que aprovecharse de la berrea para matar ciervos es propio de ventajistas cobardes que aprovechan la época de celo para poder "fulminar" a los machos más fácilmente.

Si la situación de los elefantes fue desesperada, no lo fue menos la de los rinocerontes. Los censos llevados a cabo por el pres­tigioso científico Ian Douglas-Hamilton mostraron un descenso ver­tigino­so de la población de estos animales en los años setenta. Para su caza se utilizaban también los moder­nos rifles de repetición.
Los cazadores furtivos, utilizando ha­chas o sierras mecánicas, cortaban de raíz o arrancaban el cuerno supues­ta­mente a­frodisíaco. El cuerno de rinoceronte tiene un mayor valor cre­ma­tís­tico que el propio oro. El valor se lo da, una vez más, la in­cul­tura del primate humano, al tomarlo por a­frodisía­co (equivocadamente) debido a su forma, “supuestamente fálica”.



Para preservar a los rinocerontes del peligro de extin­ción, se tuvo que llegar al triste acuerdo, en 1990, de amputarles su cuerno, para de esta manera poder salvar al animal de la codicia humana.
Afortunadamente la población de rinocerontes se va recuperando poco a poco en los últimos años por las mismas razones que salvaron “sobre la campana” a los elefantes.
Lo cierto es que, a pesar de ello, a muchos rinocerontes se les habrá de amputar previamente el cuerno y a los elefantes serrarles los “colmillos” para defenderlos del ataque de los furtivos.

Los bonobos nos preguntamos ¿Cómo les podréis explicar a vuestros nietos la ausencia del cuerno en el rinoceronte y de los colmillos en el elefante ….. sin que se os caiga la cara de vergüenza?


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