domingo, 31 de mayo de 2009

VUESTRA "FIESTA NACIONAL"


El caso más típico de tortura institucionalizada en vu­estro país es, sin duda, el de la llamada "Fiesta Nacional". Gracias a e­lla los demás animales del planeta tenemos una idea exacta de hasta que punto los monos domésticos españoles podéis ser crueles y miserables con las demás especies.
En cada corrida se matan seis toros, dos por cada uno de los tres ma­ta­do­res. Por su parte, cada uno de ellos, dispone de un e­quipo de cin­co primates que consiste en: dos picadores a caballo, arma­dos de lar­gas va­ras con punta de lanza, y tres monos domésticos vestidos de torero, a pie, con capo­tes. La corrida se compone de cuatro actos. En los tres prime­ros el objetivo es herir, y agotar al toro, mientras que en el cuarto se ma­ta al animal con una es­pada atravesada entre sus omóplatos.
En la temporada taurina española se tortura y mata una media de 2.400 toros. Un torero después de 20 años de actuar en los ruedos, puede haber torturado y asesinado unos 1.100 toros y, a cambio de es­tas muertes, puede haber recibido unas diez cornadas. Todo lo cual nos ha­bla de la enorme desigualdad que existe a la hora del enfrentamiento toro-torero. El abuso por parte del torero es evidente. Para hacer­nos una idea, nos basta con comparar la longitud de las armas de ataque de ambos ani­males, es decir, la longitud del cuerno del toro comparada con la lon­gitud de la espada del matador, a la que hay que añadir la lon­gi­tud del brazo que la empuña.
Siempre he despreciado a los que se enzarzan en luchas desiguales que les son beneficiosas. Ellos son unos cobardes abusones y vosotros, los espectadores, sois sus cómplices de fechorías.

Antes de la corrida es frecuente que se preparen los to­ros. En el agua, en la comida, o antes de salir, se les coloca una ci­erta dosis de tran­quili­zantes. A veces se les inyectan dichos tran­qui­lizantes colocándolos en una jerin­ga que se sitúa en la punta de una garrocha gana­dera, al estilo de las que se usan en el campo para mane­jar a los to­ros. En 1967, en Málaga, un toro se os murió en los chiqueros por sobre­dosis. En Manzanares otro toro salió tan "dopado" que con­ti­nua­mente se estrellaba contra la barrera. Otro tanto sucedía en El Es­corial, en el mismo año, donde un toro apa­rentemente normal, se caía constantemente como si es­tuviese borracho.
En muchos casos se les "afeita" (lima) los cuernos, hasta llegar a los nervios. Con ello el animal fre­na su embestida, puesto que el toro afei­tado tiende a evitar cualquier contacto con los cuernos, de la mis­ma manera que cual­quier humano evi­taría morder o masticar, si se le hu­bie­sen li­mado los dientes hasta el nervio.
En otros casos se les fro­ta los o­jos con vaselina, o se le clavan alfileres en los testículos. La vase­lina les nubla la vista y las agujas les producen un intenso do­lor que les aco­barda y les limita el movimiento.

La Organización Colegial Veterinaria de España ha de­nun­ciado de ma­nera reiterada el fraude en el mundo del toreo. El veterinario titular de Colmenar Viejo y de la Plaza de las Ven­tas, fue el primero en denun­ciar que varios toros lidiados en las ferias de 1985 y 1986, habían si­do drogados, purgados, o sometidos a otras mani­pulaciones fraudulentas.
Estudiando el comportamiento del toro en la plaza, se descubren toda una serie de comportamientos atípi­cos, con ex­trañas pérdidas de equili­brio que, en modo alguno, se co­rres­ponden con el agotamiento normal de estos animales, o a lesiones fun­cio­nales típi­cas. Algunos descoordinan los movimientos y presentan sospe­chosas dia­rreas.

El veterinario ana­lizó las vísceras después de la co­rrida, y descubrió que los que pre­sentaban el comportamiento sos­pe­choso tenían 31,2 mili­gramos de sulfa­to, por cada 100 gramos de con­te­nido in­testi­nal. Por este dato se de­du­jo que al conjunto de la co­rri­da se le había administrado en el agua que bebieron en los corrales, unos 25 ki­los de sulfato de sosa y sul­fa­to de magnesio o sal de Epsom ( lo que represen­ta de cuatro a cinco kilos de sal de Epson, por toro ). Poste­riores aná­lisis de vísceras de toros sos­pechosos descubrieron la pre­sencia de Combe­lén, un derivado de la fe­no­tiacina (un hipnotizante que provoca efectos tranquilizantes), sus­tan­cia que se emplea habitual­mente para drogar a los caballos de picas. A otros toros se les des­cubrió defectos de vi­sión, al serles provoca­dos de manera fraudulenta te­rribles conjun­tivi­tis que les inflamaban el globo ocular. Analizadas las muestras bioló­gicas después de la lidia, se descubrió que a los po­bres animales se les ha­bían rociado los ojos con el mismo tipo de sprays paralizan­tes que uti­lizan las fuerzas de orden público. Más tarde se descubrie­ron muchos más toros drogados con Rum­pum, Inmovilón, y el antes mencio­nado Combe­lén. Últimamente pa­rece ser que la droga (para evitar que sea de­tecta­da) se le adminis­tra al animal impregnando la parte corde­lada de la puya, con una mezcla de vaselina e Inmovilón.
También puede drogársele empleando la garrocha de vacunar. Dos centí­metros cúbicos de fármaco bastan para quitarles gran parte de su poder agresivo.

En cuanto al "afeitado", cabe destacar el hecho de que la auto­ri­dad gubernativa no haya eliminado esta práctica delictiva, a pesar de que lleva muchos años efectuándose y denunciándose. El pro­cedimien­to que se sigue en la práctica del afeitado es el si­guiente: Al toro se le mete en el "mueco", o cajón de curas, pues es necesario inmovilizar­lo. Por un agujero del mueco aparece uno de los cuernos, y un individuo corta con un serrucho los seis o siete centíme­tros fina­les. Se trata de "quitarle el veneno", según expre­sión de los manipu­ladores. Al de­cir esto, se refieren a la elimina­ción del mejor recurso de defensa que tie­ne el animal, es decir, se le mutila la parte más du­ra del pitón (la punta), la almendrilla o diamante. Con eliminar el diamante del pitón ya bastaría, ya que el pobre animal queda sin la fuerza en sus defensas, derrumbado psicológica­mente, y, por tanto, sin la fiereza que le caracte­riza. A pesar de ello, los manipuladores abusan del se­rru­cho, cor­tando aún mucho más abajo de la zona menciona­da, hacia la pala, para poder seccionar la parte sensible del cuerno, provista de vasos y nervios. Esta terrible ampu­tación le produce al animal un inten­sísimo dolor, que expresa a base de pateos y de­ses­perados mugi­dos. Esta situación es aún más cruel que la que se da en la propia li­dia, ya que al animal se le niega, incluso, la posibili­dad de poder de­fenderse.
Al cortar esta zona sensible se produce una hemorra­gia que el a­fei­tador contiene, en parte, clavando en el orificio una as­ti­lla, a golpe de mazo. Excuso describirle al lector el dolor cer­val que tal prácti­ca le produce al atrapado animal.
Para que el público no note el engaño, se da nueva forma al pitón, a base de utilizar la escofina, que de nuevo actúa so­bre las zonas de má­xima sensibilidad. Posteriormente se aplica a la zona un toque de grasa negra, para aparentar que el diamante está aún en su sitio, y pa­ra que las raspaduras queden bien disimuladas.

Al liberar al animal de su encajonamiento, nos encon­tra­mos con un ser transformado. Renuncia al tacto, no quiere cornear con sus muño­nes sensibles, no duerme, y pierde el apetito. La mayoría de las veces se le infecta la herida, con lo que aparece la fiebre que le debi­lita más aún, si cabe. Todo ello sirve para que el mono domestico disfrazado de torero pueda lucirse mientras ejerce de torturador y asesino.

La gente ligada al mundo de la tauromaquia afirma que se afeita me­nos de lo que se dice, a lo que yo les contesto que, sin duda, se afeita mucho más de lo que se multa. Al mostrarles la can­tidad de toros con pitones romos que se ven en los cosos taurinos, re­plican que el desgaste de la cornamenta, se lo produce el propio toro al es­car­bar contra superficies duras, para aliviar el picor del hormi­gui­llo. Cuando en alguna ocasión aparecen las reses sin reto­ques, lu­ciendo sus pitones impresionantes, es la oca­sión para ir a buscar a los expertos para que nos expliquen cómo es posi­ble que de repen­te, el ganado bravo ya no se rasque. Me causó verda­dero asombro el poder comprobar como a los toros les crecieron de re­pente (y por causas mis­teriosas) los pito­nes, ...cuando, en 1982, el Minis­terio del Inte­ri­or in­habilitó a tres gana­deros por manipular cornamentas..!.

Durante el año 1988, en la Escuela Nacional de Sani­dad, entraron pa­ra examen los pitones de 233 reses, de las que en 82 casos quedó demos­trada la manipulación por afeitado, mientras que en otros 74 no se pu­dieron efectuar los análisis, por pérdida de sustan­cia, o por estar es­cobilladas. Analizando los resultados, llegamos a la conclu­sión de que, de 159 análisis efectuados, 82 dieron positivo de afeitado, lo que sig­nifica el 51,58 %. Uno tiene la cer­teza de que se afei­tan más reses de las que dan positivas en la Escuela Nacio­nal de Sani­dad, puesto que las técnicas utilizadas dan tales már­genes de garantía que bastantes de las reses manipuladas pasan por ínte­gras. En otras palabras, según estos análisis, más de la mitad de los toros de lidia están manipulados, con lo que la lla­mada "Fiesta Na­cio­nal" queda irre­parablemente desvirtuada, para vergüenza del país y de los toreros que tienen la "valentía" de en­frentarse a toros "pre­para­dos", conver­tidos en verdaderos minusváli­dos. La pro­pia Escuela Na­cional de Sanidad denunciaba que las ganaderías in­frac­toras fueron ni más ni menos que 43, siendo la plaza de Sevilla el coso donde más veces se produjo la ma­nipulación. Los ganaderos ínte­gros reconocen que du­rante el año que nos ocupa (1988), la manipu­la­ción de pitones se co­metió en todos los cosos, y hubo ferias donde ni un solo toro se salvó del se­rrucho. Para que este fraude pueda lle­gar, sin que sea de­tectado, has­ta la misma plaza, se debe de haber dado la corrup­ción en todos y cada uno de los técnicos y facultativos que forman la cadena de revi­si­ón, los cuales están ahí, precisamente, para detec­tar, denun­ciar, y e­rradi­car tales anoma­lías. Ello le dará idea al lector de la can­tidad de fraude y mani­pulación que existe en el mundo de la tauroma­quia.

El ritual de la corrida es el siguiente: A las 12 en pun­to de la ma­ñana se celebra el sorteo en presen­cia de la autoridad gu­bernativa, los veterinarios, la empresa, los críticos y los aficiona­dos. Prime­ro se pasa a enlotar las reses, responsabilidad del peón de confianza de cada matador. Para tal cometido se tiene en cuenta el tamaño, tra­pío, peso, pitones, riñones y cara, de las reses. Los pito­nes compen­san el peso, y el tamaño de la res. Es usual que cada lote este com­puesto por un toro grande y otro más pe­queño.
Una vez constituidos los lotes, se escriben los núme­ros de cada pa­reja de reses en un papel de fumar. Los tres papelitos se convier­ten en tres diminutas bolas y se colocan dentro de un som­brero donde se a­gitan. Acto seguido cada peón de confianza extrae una bolita de pa­pel, comen­zando por el representante del espada más joven, siendo la última bolita para el más veterano de los matadores. Anti­guamente, los toros eran adjudicados a los toreros a dedo, por parte de los gana­deros a los cuales se les concedía tal privilegio.

Para empezar, es necesario fijar al toro, para que el matador pue­da estudiar su forma de embestir. Los peones se encargarán de tal co­metido. Algunos hacen derrotar al toro contra los burlade­ros, para provocarle lesiones, a pesar de prohibirlo el artículo 99 del re­gla­men­to. Lances típicos de capote son: la verónica, el volapié, o los lances de desmayo, ejecutados con los pies juntos. Otros lan­ces del toreo de capa (alguno de los cuales constituyen el quite), son: la navarra, la chicuelina, la gaonera, el farol, la tapa­tía, las largas, o la mariposa.
El toro debe ser sangrado para restarle fuerza, y así dominarlo con más facilidad. Los entendidos utilizan esta suerte para medir la bra­vura del toro. Si la res embiste de lejos y empuja con los riño­nes, cornean­do sin cabecear el peto, es calificada de brava. Pero si lo ha­ce debajo mismo del estribo y huye en seguida, se le cali­fica de man­sa. Para su escarnio, recibe un par de banderillas de cas­tigo (de co­lor negro). Antiguamente se castigaba a los toros con ban­derillas de fue­go.
Años atrás, los caballos de picar salían a la plaza sin pe­to. El resultado de tamaña barbaridad era que, en cada corrida, pere­cían des­tri­pados un cierto número de jacas.


En ocasiones se les metía, de nue­vo, con la mano, el paquete intestinal dentro de su cavi­dad y se les cosía el vientre en la misma plaza. A pesar de ello, al­guna vez se hu­bo de suspender la corrida por falta de caballos. A partir de 1928 se impuso el peto protector. Fueron órdenes direc­tas del dic­tador Primo de Rivera, el cual había asistido a una co­rrida en la que un toro des­trozó el vientre de un jamelgo y lanzó el paquete in­testinal a los es­pectadores. Tal decisión provocó enardecidas pro­testas, que cul­mina­ron en grandes manifestaciones de los que no querían ningún tipo de protec­ción para el caballo. Las manifestaciones se sal­daron con algu­nos muertos.
El picador actúa ahora con mayor ventaja frente al toro; ventaja que aprovecha en algunas ocasiones para abusar de la pi­ca, ba­rrenando sobre el lomo del toro y haciendo la carioca, lo que pro­voca espan­to­sas heridas al pobre animal, por las que manan cascadas de sangre. Con el toro debilitado por la pérdida de sangre, el torturador humano lo tendrá más fácil y contará con altísimas posibilidades de salir triunfante en la lucha desigual.
Retirados los pica­dores, comienza el segun­do ter­cio que corre a cargo de dos peo­nes. La función del tercero será la de utilizar el capote, para colo­car al toro.
El tercio de banderillas se introdujo en el siglo XVIII, y tiene co­mo objeto "motivar" a la res para que llegue "más ale­gre" a la mule­ta. El presidente es el encargado de decidir el número de banderi­llas que deberán colocarse al cornúpeta. Las banderillas se colocan utilizando diferentes estilos, entre los que destacan, "al quie­bro", "al sesgo", "al cuarteo", "de poder a poder", "al relance" o "al estri­bo".
En todo caso, y a consecuencia de esos nuevos apuñalamientos al toro se le debilita, aún más, gracias a las nuevas hemorragias que el despiadado humano inflige al noble animal. El dolor cabrea y desespera al animal que parece coger fuerza donde no la hay, ya que está cada vez más y más debilitado por las hemorragias. De esta manera se sigue engañando al público. Los primates bípedos amantes de lo que llamáis “Fiesta” en el colmo de cinismo os contaran que: “…las banderillas se usan para alegrar al toro…” ¡¡ SINVERGÜENZAS ¡¡ Su mente criminal no da para más.




El último tercio comprende dos fases bien diferencia­das: la faena de muleta, y la estocada (también llamada "suerte supre­ma").
Los pases típicos de la faena de muleta son: "el natural", "el de pe­cho", y "el redondo". Otros de menor valor son: los pases ayudados por alto y por bajo, "el molinete", "el estatuario", y toda una serie de pases muy par­ticulares, que hicieron famosos, ciertos toreros de re­nom­bre. Los más populares son: las "ma­noletinas", las "pedresinas", las "roge­rinas" o las "a­rrucinas". Algu­nos pueden darse de rodillas (mo­li­nete y redondo). El pase-básico es el "natural" (pase en que se da al toro la sa­lida por el mismo lado en que tiene el diestro la mule­ta). Varios pases segui­dos, constituyen una "tanda" o "serie", que suele re­matarse con el de pecho. Este pase es obligado, ya que el to­rero va perdiendo terreno en favor del toro, al ejecutar cada natural. El per­fecto pase de pecho se ejecuta con la izquierda. Todos esos movimientos marean cada vez más al pobre toro. ¿Cómo os sentiríais vosotros si estando heridos y perdiendo sangre a borbotones viniera algún descerebrado encapotado y se empeñara en “jugar” y burlarse de vosotros al compás de un pasodoble, sin tener en cuenta vuestro agonizante estado ?

El torturado animal, no puede más, tiene la boca abierta, ya que se está ahogando. Su lengua esta amoratada y se le nubla la vista. Desde el tendido se perciben claramente sus mugidos de dolor.

La faena de muleta se remata con la suerte suprema (fase en la que se ganan o pierden los trofeos). La estocada más tí­pica es el "vola­pié", aunque también se mata al "encuentro", "aguan­tando", o "reci­biendo". Según penetre el esto­que, la estocada recibe el nombre de "entera", "media", "caída", "a­tra­vesada", "pescuecera", "contraria", "tendida" o "trasera". Cuando (caso raro), la res cae muerta por una certera estocada, ésta se califica de: “estocada en todo lo alto", "en los rubios", "en el hoyo de las agujas", "en la ye­ma", o "en la cruz".

El rejoneo simboliza la aristocracia, mientras que el toreo a pie representa el pueblo. Aún hoy, se diferencia a los rejo­nea­dores de los toreros con el tratamiento de "Don", para los primeros.

En caso de triunfo, el torero puede ser premiado con un trofeo. Puede cortar una oreja, dos o, si la faena ha sido magis­tral, se le premia con el rabo. La primera oreja, se da a petición del públi­co, la segunda y el rabo, es potestativa del presidente. Con dos orejas, se adquiere el derecho a salir por la puerta del Príncipe de la Maes­tran­za de Sevilla, por la puerta grande de las Ventas de Ma­drid, o por la puerta más impor­tante de cualquier plaza. El "sumum" de la glo­ria para un torero, esta en poder salir a hombros en Sevilla o Madrid, du­rante las fiestas de Abril o de San Isidro, respectivamente. Cuando un to­rero famoso muere (cosa que raramente sucede), se le suele dar una póstuma vuelta al ruedo, metido en su ataúd.

Si el toro ha sido bravo a lo largo de la lidia, será aplaudido por el público durante el arrastre. Si, por el contrario, ha sido manso, el público lo silbará.
Antiguamente se encargaban del a­rrastre los "ganapanes", llama­dos así porque su labor se premiaba con un pan. Si el toro ha resultado extraor­dina­riamente bravo, se le "pre­mia­rá" con la vuelta al ruedo, y en algún caso extremo, se le puede lle­gar a indul­tar, para poder sacar provecho de él, como semental…no por piedad, por supuesto.

La alternativa, equivale al doctorado en tauroma­quia. Para otor­garla debe seguirse otro complicado ritual. La recibe el "to­ri­can­ta­no" del matador más antiguo, que para la ocasión se le deno­mina "pa­drino", mientras que el otro espada actúa de testigo. La alterna­tiva puede tomarse en cualquier plaza del estado español. No son váli­das, las to­madas en las plazas del extranjero, excepción hecha de la de la capi­tal de México. La mayoría de las alternativas se con­firman, más tarde, en Madrid. El procedimiento de dar la alternativa es el si­gui­ente: En el último tercio de la lidia del primer toro, el espada más antiguo, que es a quien corresponde matarlo, se dirige al aspiran­te, llevando en la mano izquierda la muleta recogida, y sobre ella el esto­que con la que forma un aspa. En la mano derecha lleva la monte­ra. Al aproxi­marse ambos, se descubre también el futuro mata­dor, a quien el veterano le dirige unas palabras, que incluyen consejos y de­seos de suer­te en su carrera, canjeando, acto seguido, los "trastos de matar". Se despiden con un abrazo para, seguidamente, realizar el joven mata­dor la faena de muleta y muerte del toro. En el mismo tercio del se­gundo to­ro se veri­fica la lla­mada "devoluci­ón de trastos", también de manera ceremoniosa, continuando más tarde la li­dia de manera normal. El asesino de toros deja de ser amateur para pasar a ser profesional….de la tortura y muerte de inocentes.

En las plazas de toros de España se sigue permitiendo la entra­da a niños de 14 años, a pesar de que la ley lo prohíbe.
Muchos filántropos se declaran a favor de los toros, ya que, según ellos: "la fiesta española ha movi­li­za­do a poetas y escri­tores, en li­bros, crónicas, y poemas". A ellos cabría recordarles que también las gue­rras han sido glosadas por poetas, escritores, y pintores, y no por e­llo debemos sen­tirnos halaga­dos por su existencia.

Aducen los defen­sores de tal barbarie, que la costumbre de matar to­ros había sido intro­ducida en Es­paña por los griegos, hace unos 3.000 años. Ello es falso, ya que a­quellos sólo hacían meros juegos acrobá­ticos. Ni se tortura­ba, ni se mataba a los toros, los cuales eran considera­dos ani­males sa­grados; causarles daño era castigado con la pe­na de muerte. El ver­dadero origen hay que buscarlo en el Circo Ro­ma­no, don­de cual­quier es­pectáculo estaba teñido de sangre. En Catalu­ña, por ejemplo, no llegó a in­troducir­se hasta el siglo XVIII, con la moda de las Ma­jas y Tore­ros, inmor­talizados por Goya.

Hace unos años, tuve ocasión de asistir a una confe­rencia en la Universidad de Barcelona que no tu­vo el menor desperdicio. El orador dejó atónitos a los asis­tentes con apre­ciaciones como estas: "...Opino que el toro de lidia es un ani­mal privi­legiado, hasta el punto de que sueño algunas veces que, si fuera reali­dad eso de la reencarnación en otros seres vi­vos, yo qui­sie­ra que me parieran toro de lidia. ....después de una vida feliz mue­re entre aplausos, y hace felices a unos miles de seres huma­nos...el ser humano es el rey de la Creación, y ser animal no humano está con­dicio­nado a este reinado. Pero, puesto a ser animal, ser toro de lidia es un cho­llo". Tuve el inmenso placer de dirigirme a ese fulano para rogarle que si tenia la suerte de reencarnarse en toro me avisara para que me pudiera presentar a lidiarle con banderillas, capote, pica y espada. Le insistí que para mí sería un gran placer colaborar en su felicidad al torearlo y ejecutarlo en nombre de tantas y tantas victimas cuadrúpedas. Su cara fue un poema…y el aplauso atronador entre los estudiantes.

Sirvan las próximas líneas para que reflexionéis sobre el triste "pri­vile­gio" de haber nacido toro.
La res, que en un principio se halla disfrutando de los ver­des pas­tos, llevando una vida tranquila y sosegada, se ve de pronto cap­tura­da, en­cajonada, y transportada, a centenares de kilómetros de su zona de origen. Una vez en los toriles de la plaza en la que va a ser lidia­da, empieza la tortura para el pobre animal. Allí, lo más proba­ble es que se le amputen parte de los cuernos, hasta llegar al mismísimo ner­vio. Es probable que se le deje caer un pesado tablón de madera sobre su lo­mo, para de­jarlo "to­ca­do", que se le lance "spray" irritante a los o­jos, o que se le administre una determinada dosis de droga, para dismi­nuir su resis­ten­cia y su capa­cidad de lucha.
Luego será lanzado a una plaza circular (lo cual le im­pedirá poder encontrar un rincón donde refugiarse). Allí, será reci­bido por el bra­mi­do de millares de primates.
La víctima, se encontrará en te­rreno des­conocido, y propicio a su enemigo, desconcertado por el en­sor­decedor ruido que proviene de las gradas, y dolido y atontado, por el trata­miento previo a que ha sido sometido.
Se le provocará con la capa, y cuando el animal se dis­ponga a ata­car a la contra, se encontrará con que su "valiente" ene­migo se esconde de­trás de un burladero, desapareciendo de su vista, co­mo por encanto, lo que aumentará, aún más, el desconcierto del pobre ani­mal. Algunas ve­ces se conducirá al animal con­tra el burladero, para que, al cornear­lo, se astille los cuernos con el pro­pósito de que el dolor de los pi­tones es­cobillados le inhiba de cor­near con ímpetu.
El toro, a pesar de los avatares sufridos, es aún de­ma­siado fuerte para enfrentarse al ser humano; por ello se le llevará a la suerte de varas. La finalidad no es otra que la de producirle una te­rri­ble he­mo­rragia que lo debilite. El barre­nado de la pica, so­bre la que se apoya un bien pertrechado ser humano, pro­voca sen­dos desgarros muscula­res en el lomo de la res. Una cascada de sangre, teñirá los flancos del pobre animal.

Es necesario activar al toro, pues se encuentra asus­tado y debi­li­ta­do por la pérdida de sangre. Para ello, se le intro­ducirá a la suerte de banderillas. El lector se hará cargo de las medidas de las banderillas si acude a una tienda de souvenirs, donde están a la venta. Hasta seis veces se arponeará con ellas el castigado lomo del animal. El ban­derillero tra­tará de clavarlas lo más profundamente posible en sus car­nes. Para ello tomará carrerilla, a fin de obtener el impulso necesario que le permita saltar y clavar, con la fuerza de su peso, las banderi­llas. El animal, al ser herido de nuevo, berreará y bramará de dolor. Las ban­de­rillas (gracias al arpón de su punta) no se soltarán, con lo que al desplazarse el animal describirán un amplio círculo sobre la he­rida, lo que hará que esta se vaya agrandando y agravando, con ca­da pa­so que da el toro. El animal, irritado y dolorido por los seis nue­vos boquetes, pare­cerá salir de su letargo y ganar en bravura cuando, en rea­li­dad, lo que ocurre es que se debilitará aún más, al habérsele provocado seis nuevas hemorragias.


El toro, suficientemente debilitado, y convertido en pil­tra­fa viva, pasará a ser en­gañado y es­carnecido por el torero. El mata­dor provis­to de un lienzo le citará para obligarle a desplazarse hacia él, y, de esta manera, provocar el cansancio, y una mayor pérdida de sangre en la víctima. Con la capa se amagará, se engañará, y se ridicu­lizará al ani­mal, llegando incluso a efectuar burlescos pases de valet, frente a la res. Finalmente apare­cerán los desplantes, que consisten en vejar al animal, dándole la espalda en actitud chulesca, levantando la barbi­lla y an­dando con aire de sufi­ciencia y de pavoneo. Cualquier humano, tratado de esta manera, se sentiría gravemente ofendido e in­sul­tado. Aunque el toro no conoce el significado de tal postura, el to­rero sí la conoce, y por lo tanto la intencionalidad de humillar que­da bien paten­te. Los desplantes y posturas chulescas se adornarán con epítetos del estilo de "hijo de puta" y "cabrón", dirigidos al toro.


Al animal se le irá nublando la vista, las patas le fallarán (quizás habrá sufrido ya alguna caída), sin duda se estará ahogando, pues­to que su boca aparecerá entreabierta, y por la abertura colgará su hinchada y amoratada lengua. Llegará la hora de poner fin a la pasión del a­ni­mal. Para ello el torero se dispondrá a a­travesarlo con la espada. Intentará provocar una hemorragia interna que ter­mine pronto con los restos de vida del animal, sin em­bargo,... cuántos y cuántos "maes­tros" matan des­pués de varios inten­tos de pinchazos en hueso, esto­ca­das atravesa­das, caídas, pe­s­cueceras o traseras!. El animal se dispondrá a morir, buscando la protección de la madera. En ningún momento se os ocurre dejarlo morir en paz. Aparecen algunos miembros de la cuadrilla que le pasan sus capotes por la cara turnándose en su quehacer de verdugos de manera coordinada para obligar al pobre toro a que vaya dando vueltas en circulo cual aquelarre demo­nía­co, para mare­ar al toro, y provo­car, con sus giros, que la espada vaya cortando sus pulmones y arte­rias. La enorme hemorragia nasal y bucal pregonará un final próximo. El animal se arrodillará, rendido ante la tor­tura, y fi­nal­mente se ten­derá en plena agonía.
Llegado este punto, un nuevo personaje hará su apari­ción: el pun­ti­llero, encargado de cortar la médula a la altura del bul­bo ra­quí­deo. También en esta fase de la corrida, se suelen efectuar varios intentos, antes de poder seccionar la médula.





Finalmente el toro expirará. Quedará sobre la arena de la plaza un guiña­po burlado, escarnecido, con los cuernos escobi­llados, el lomo destroza­do por las múltiples heridas de las banderi­llas y por el mon­s­truoso cráter de la puya, con sus vísceras laceradas por la es­pada y con su médula apuñalada y seccionada. Será un triste despojo, al que ya no le quedará san­gre que verter.
Faltará aún el premio para el vencedor de esta lucha desi­gual, mani­pu­lada de principio a fin. ¿Cuáles serán los trofeos?. Natu­ralmen­te, parte de los restos de su víctima. El último perso­naje del rito, un hombrecillo vestido de negro, se aproximará al cadáver del cor­núpe­ta, al que arrancará las orejas y, en algunos casos el rabo, para pre­miar al ¿héroe? de la tarde que se aprestará a exhibir los tro­feos con­quistados, ante sus vociferantes incondicionales.

Este tipo de escenas se repiten muchas tardes, en cada plaza,..hasta seis veces. El resultado de la lucha es invaria­ble­men­te el mis­mo, lo cual nos habla de un duelo abusivo y desequilibrado.

Si triste es dar muerte a un animal, más triste es tor­turarle an­tes de morir y, muchísimo más triste es hacer de ello un espectáculo para que la gente disfrute. Si este es el tipo de "cultura" que los huma­nos debéis preservar, más os hubiera valido ha­beros detenido en vuestra evolución cultural, años ha.
Los bonobos, afortunadamente, nos hemos librado de tanta mierda.




1 comentario:

Unknown dijo...

Sobrecogedor, bien investigado, y con una ejecución escalofriante, aunque no sé si es un Déjà vu pero juraría que he leido 2 veces algo...

Es una terrible atrocidad, yo simplemente a la gente que le gustan los toros, me delimito a describirles eso, como las banderillas les desgarran por dentro, como les sangran, las estocadas, el sufrimiento... y les invito a que lo transmitan en su mismo pellejo, que se imaginen, que se pongan en su pellejo, en muchas ocasiones, se consigue hacer razonar a algunos, sobretodo cuando vuelven a la plaza, y sufren con las puñaladas... nunca es en vano, si con la insistencia, se consigue enderezar el camino y ayudar a distinguir lo que es la fiesta de la aberración y la tortura.

Muy buena entrada