La visión del enemigo no suscita únicamente la agresividad, sino que también provoca miedo. Diríamos que en este momento crucial, el animal se encuentra sometido a dos fuerzas contrarias: una de ellas (la agresividad), le empuja al ataque, mientras que la otra (el miedo), le frena y le controla.
Normalmente el animal optará por una solución intermedia, que consistirá en una exhibición de amenaza. Las señales agresivas de la amenaza sirven como aviso de la violencia con la que se pretende lanzar el ataque.
Si la estrategia da resultado, se habrá logrado la victoria sin haber entrado en combate y por lo tanto, sin haber recibido un sólo rasguño, con lo que se habrá obtenido una máxima efectividad con el mínimo esfuerzo.
Caso de entrar en combate, el animal podría resultar vencedor a cambio de recibir alguna herida que le podría representar un handicap para un nuevo combate que podría perder a causa de la lesión.
En caso de desencadenarse la lucha, el cuerpo, tendrá toda su maquinaria a punto para emplearse a fondo. Con el transcurso del combate la energía se irá consumiendo y, finalmente, hará su aparición un estado de calma fisiológica.
En el hombre (como no podía ser menos al tratarse de un mamífero), se producen exactamente los mismos cambios fisiológicos que acabamos de describir.
Aunque ya no podéis impresionar a vuestros rivales a base de erizar vuestro pelo corporal, aún quedan reminiscencias de tal posibilidad en momentos de pánico extremo.
Todavía mantenéis como cualquier otro mono y tantos otros mamíferos, el músculo individual situado en la base de cada folículo piloso, y cuando os estremecéis tensáis estos pequeños músculos que os elevan el vello, al igual que ocurre en el chimpancé, y que, en vuestro caso, os dan a la piel el típico aspecto de “piel de gallina” mientras un escalofrío os recorre el cuerpo.
Vuestra literatura describe la situación con frases del estilo “Se me pusieron los pelos de punta”, “se le erizaron los pelos de la nuca”, etc.
Sin embargo, la pérdida de pelo con la consiguiente exposición de zonas de piel desnuda, os permite lanzar otro tipo de señales a través de la piel.
Se trata de profundos cambios de color que varían del pálido al rojo intenso, y que sin duda sirven de señal externa para anunciar vuestro estado anímico. Por lo general palidecéis de miedo y enrojecéis de rabia.
Como hemos visto en otro post, una de las funciones de la adrenalina consiste en inducir el transporte de la sangre de las zonas superficiales del cuerpo a zonas musculares durante la preparación para la lucha, con lo que se os produce un empalidecimiento de la piel. Por tanto, la palidez superficial, será únicamente una indicación de la gran actividad fisiológica que se está preparando en vuestros cuerpos. Las señales que acompañan a la palidez, serán las verdaderas guías que os traducirán el auténtico significado de la misma.
Si se trata de señales de agresividad, se estará preparando un ataque, pero si se acompaña de señales de miedo, lo más probable es que la palidez del individuo sea debida al pánico.
Una persona con la cara enrojecida, aunque muestre pautas agresivas, será mucho más difícil que se lance a un ataque, puesto que su fisiología no está preparada para tal función, al no haber canalizado su riego sanguíneo, en la dirección de los efectores del ataque.
Naturalmente, los movimientos intencionales de agresión, que hemos descrito para los animales, se dan también en el animal humano. En situaciones extremas de agresividad, el mono domestico, aprieta los puños, y los levanta y agita en señal de amenaza, llegando en algunos casos a estrellar el puño contra alguna superficie o a patear con fuerza el suelo, como evidencia de una agresividad redirigida.
El comportamiento de un humano iracundo y de un chimpancé cabreado, parecen recortados por un mismo patrón.
El hecho de golpear objetos para descargar sobre ellos la agresividad que no os atrevéis a lanzar sobre un rival que pudiera resultar peligroso, es constantemente observado en el comportamiento de muchos animales; desde el toro que, al sentirse frustrado en su agresividad, cornea a un burladero, al chimpancé o gorila, que en la misma circunstancia, arrancará, machacará y arrojará vegetación, en todas direcciones.
Todas estas exhibiciones, que se acompañan de terribles aullidos y gruñidos, pretenden causar mella anímica en el contrincante y casi siempre lo consiguen.
En cuanto a las expresiones faciales que indican agresividad, cabe decir que en el hombre se dan de dos tipos: las que compartís con los otros primates y las que son específicas del animal humano y que os han venido dadas a través de la cultura. Entre las primeras podemos destacar el fruncimiento de cejas y labios, mientras que entre las culturales existe una amplia gama de expresiones insultantes, algunas de ellas locales y otras más extendidas (como son el sacar la lengua en señal de burla o los gestos obscenos).
En el mono domestico se puede detectar fácilmente, al igual que en cualquier otro animal, un estado conflictivo interno, por la cantidad de actividades de desplazamiento que efectúa en un determinado espacio de tiempo. Actividades, tales como: encender cigarrillos (que posteriormente serán apagados a medio consumir), morderse las uñas, jugar con los objetos que sirven de ornamento, rascarse la cabeza o pasearse arriba y abajo a lo largo de una habitación, son señales indicadoras de un estado de frustración. Estas señales se harán más insistentes y obsesivas, cuanto mayor sea el conflicto interno.
Las televisiones de todo el Mundo nos sirvieron, en 1989, las imágenes de la visita del Papa a Nueva Zelanda. Una vez hubo descendido del avión, Juan Pablo II, echó a andar flanqueado por las autoridades que le dieron la bienvenida; en aquel preciso momento, una ráfaga de aire le arrebató su solideo papal. El Papa se llevó la mano a la cabeza, en un movimiento reflejo, dudó unos segundos mientras realizaba el movimiento intencional de echar a correr detrás del solideo, pero se refrenó al instante, sin duda por considerar que una carrera tras el solideo resultaría ridícula, hilarante y poco digna de los movimientos majestuosos que allí debía representar en ejercicio de su "rol" papal.
Como resultado de este conflicto interno, el Papa emitió una clara señal de desplazamiento, puesto que con la mano que aún mantenía sobre su cabeza, procedió a rascarse el cuero cabelludo, de manera suave, pero firme.
Esta misma señal de desplazamiento, tan típica del primate humano, la efectúan también muchas veces, los chimpancés, gorilas y orangutanes.
Este comportamiento papal he tenido ocasión de verlo, en otras muchas ocasiones, en plena selva, llevado a cabo por chimpancés y monos colobos.
Cuando os encontrais desarmados para luchar, os veis obligados a utilizar vuestras extremidades de la misma manera que lo hacen los otros mamíferos.
Muchos de los movimientos corporales que denotan enfado en el hombre, son calcados de los que utiliza el chimpancé.
El primate humano cuando se enfada, patea el suelo con fuerza y golpea a los objetos que tiene más a mano, araña, y muerde. Un rictus de agresividad se dibuja en el rostro para intimidar a sus contrincantes, lo mismo que un gato, tigre, perro o mono, y como hemos descrito más arriba, en determinadas zonas de su cuerpo se tensan los diminutos músculos que en tiempos pretéritos se encargaban de levantar el pelaje, lo que proporcionaba al homínido un aumento ficticio de su envergadura, para impresionar a sus enemigos (al igual que sucede hoy día en otros mamíferos).
Si observamos a un niño enfadado, notaremos en él prácticamente los mismos movimientos y expresiones corporales que detectaríamos en un chimpancé (van Hooff 1976). Todas ellas son las expresiones básicas de agresividad que no necesitamos aprender puesto que nos vienen dadas con nuestra dotación genética.
Un niño sordo, mudo y ciego de nacimiento, se comportará, al sentirse agresivo, de la misma manera que lo haría un niño normal, es decir, fruncirá los labios, tensará su musculatura, gesticulará de la misma manera y terminará estampando con fuerza los pies contra el suelo.
Se ha comprobado que las personas a las que se les impide descargar su furia, presentan una reducción del umbral de la agresividad. Este tipo de situación se da en los campos de prisioneros o en las largas expediciones científicas o de otra índole, en las que un grupo de buenos amigos o de personas afines deben consumir minutos, horas y días interminables, evitando cualquier posibilidad de disputa para el bien del grupo. Ello comporta la mencionada reducción de umbral, con lo cual, las frases o actos más inofensivos, como el roncar, canturrear o silbar, se transforman en ruidos insoportables que desencadenan una agresividad inusitada, por lo que tiene de violenta y desproporcionada. La doma social en la que está inmerso el hombre, le incapacita para poder desahogar su agresividad, al obligarle a comedirse ante muchas de las oportunidades que le surgen para poder descargarla.
En un sentido figurado podríamos decir que el ser humano tiene dos caras; la cara "ON" y la cara "OFF". Cuando no se encuentra interaccionando con la sociedad, pone su cara "OFF", mientras que cuando se está relacionando socialmente adopta su cara "ON".
Con la cara "OFF" os mostráis tal cual sois y como os sentís. En cambio, para no ser rechazados por la sociedad, la hipocresía social os obliga a adoptar una expresión característica que concuerde con determinadas circunstancias. Ello os obliga a utilizar vuestra cara "ON" con la que pretendéis hacer creer que estáis más tristes de lo que realmente estáis (al dar el pésame en determinados funerales, etc.) o más contentos de lo que en realidad os sentís (al felicitar a un rival de oposiciones, por ejemplo).
Si el lector reflexiona honestamente, casi con toda seguridad reconocerá que utiliza en su casa, con su familia, un tono de voz más agresivo que el que usa al relacionarse socialmente. En el hogar se muestra más como es en la realidad; no necesita "actuar", por eso lleva casi permanentemente su cara "OFF", mostrando la triste realidad de la naturaleza humana.
Fuera de casa utiliza más frecuentemente las palabras "por favor", "muchas gracias", sonríe más a menudo, cede el paso, etc. De no hacerlo así podría verse rechazado socialmente. Por ello se ve obligado a "actuar" con su cara "ON".
Es un ejemplo más de la doma social que os aplicáis a vosotros mismos y que (como hemos dicho tantas veces) os transforma en monos domésticos.
Vuestra "doma social" puede llegar a extremos inusitados, como se pone de manifiesto en la "doma religiosa" y la “doma política”.
Como consecuencia de la revolución estudiantil en la plaza de Tiananmen (que provocó una verdadera masacre de estudiantes) las autoridades chinas aplicaron a los estudiantes un adoctrinamiento político intensivo, mediante las clásicas técnicas de lavado de cerebro: se les mostraban vídeos, una y otra vez, que ofrecían la versión oficial de los acontecimientos, obligándoseles a hacer autocríticas públicas, memorizando las palabras del líder Den Xiaoping y forzándoseles a repetirlas de manera obsesiva. Se les instó también a informar del paradero de los estudiantes desaparecidos, mientras se les censuraba el correo. Se investigaba su identidad cuando entraban en el recinto universitario a la vez que se les registraban sus pertenencias. Los camiones de soldados circulaban con gran estrépito por el campus universitario a fin de coaccionar a los estudiantes. La totalidad de los primeros cursos de universidad fueron enviados a una escuela militar de las afueras de Pekín para recibir instrucción política y militar durante un año, antes de comenzar sus estudios.
El Gobierno volvió a la antigua práctica de asignar los puestos de trabajo a los estudiantes que se licenciaban, pagándoseles sueldos bajísimos (por debajo de la media nacional). Se les obligó a firmar un contrato de cinco años, como mínimo, para compensar al Gobierno por su educación. Durante este tiempo se les negaron los permisos de residencia en Shangai o en Pekín.
Cada paso que dais hacia una más estricta domesticación es un paso atrás en vuestra libertad e independencia.
Los bonobos, sin embargo, nos mantenemos firmes, libres, salvajes, dignos e independientes, PARA VERGÜENZA VUESTRA.
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