viernes, 1 de agosto de 2008

MANIFESTACIONES DE LA AGRESIVIDAD

La visión del enemigo no suscita única­mente la agresi­vi­dad, sino que también provoca miedo. Diríamos que en este momento cru­ci­al, el animal se encuentra sometido a dos fuerzas contrari­as: una de ellas (la agresividad), le empuja al ataque, mien­tras que la otra (el mie­do), le frena y le controla.
Normalmente el animal op­tará por una solución intermedia, que consistirá en una exhibición de amenaza. Las señales agresivas de la amenaza sirven como aviso de la violen­cia con la que se pretende lanzar el ataque.
Si la estra­te­gia da re­sul­tado, se habrá logrado la vic­to­ria sin haber entrado en com­bate y por lo tanto, sin haber recibido un sólo rasguño, con lo que se habrá obtenido una máxima efectividad con el mínimo esfuerzo.
Caso de entrar en combate, el animal podría resultar vencedor a cambio de recibir alguna herida que le podría representar un handicap para un nuevo combate que podría perder a causa de la lesión.
En caso de desencadenarse la lucha, el cuerpo, tendrá toda su ma­qui­naria a punto para emplearse a fondo. Con el trans­curso del com­bate la energía se irá consumiendo y, finalmente, hará su apa­ri­ción un estado de calma fisiológica.

En el hombre (como no podía ser menos al tratarse de un mamífero), se producen exactamente los mismos cambios fisiológicos que acabamos de describir.
Aunque ya no podéis impresionar a vuestros ri­vales a base de erizar vuestro pelo corporal, aún quedan reminis­cen­cias de tal posibilidad en momentos de pánico extremo.
Todavía mantenéis como cualquier otro mono y tantos otros mamíferos, el músculo individual situado en la base de cada folículo piloso, y cuando os estremecéis tensáis estos pequeños músculos que os elevan el vello, al igual que ocurre en el chimpancé, y que, en vuestro caso, os dan a la piel el típico aspecto de “piel de gallina” mientras un escalofrío os recorre el cuerpo.
Vuestra literatura describe la situación con frases del estilo “Se me pusieron los pelos de punta”, “se le erizaron los pelos de la nuca”, etc.





Sin embar­go, la pér­dida de pelo con la consiguiente exposición de zonas de piel desnuda, os permite lanzar otro tipo de señales a través de la piel.


Se tra­ta de profundos cambios de color que varían del pálido al rojo in­ten­so, y que sin duda sirven de señal externa para anunciar vues­tro es­tado aní­mico. Por lo general palidecéis de miedo y enrojecéis de ra­bia.
Como hemos visto en otro post, una de las funciones de la adrenalina consiste en inducir el transporte de la san­gre de las zonas superficiales del cuerpo a zonas musculares durante la prepa­ración para la lucha, con lo que se os produce un empalide­ci­mi­ento de la piel. Por tanto, la palidez su­per­ficial, será únicamente una indica­ción de la gran actividad fisiológi­ca que se está preparando en vuestros cuerpos. Las señales que acompañan a la palidez, serán las verdaderas guías que os traducirán el auténtico significa­do de la misma.
Si se trata de señales de agresividad, se estará preparando un ataque, pero si se acompaña de señales de mie­do, lo más probable es que la palidez del indivi­duo sea debida al pánico.
Una persona con la cara en­ro­je­cida, aunque muestre pautas agresivas, será mucho más difícil que se lance a un ataque, puesto que su fisiología no está prepa­rada para tal fun­ción, al no haber canalizado su riego san­guí­neo, en la dirección de los efectores del ataque.

Naturalmente, los movimientos intencionales de agresión, que hemos des­crito para los animales, se dan también en el animal humano. En situa­ciones ex­tremas de agresividad, el mono domestico, aprieta los puños, y los le­vanta y agita en señal de amenaza, llegando en algunos casos a es­trellar el puño contra alguna superficie o a patear con fuerza el sue­lo, como evidencia de una agresividad redi­rigida.
El comportamiento de un humano iracundo y de un chimpancé cabreado, parecen recortados por un mismo patrón.
El hecho de golpear objetos para descargar sobre ellos la agresividad que no os atrevéis a lan­zar sobre un rival que pudiera resultar peligroso, es constante­mente obser­vado en el comportamiento de muchos animales; desde el toro que, al sen­tirse frustrado en su agresividad, cornea a un burladero, al chimpancé o go­rila, que en la misma circunstancia, a­rrancará, macha­cará y arrojará vegetación, en todas direcciones.
Todas estas exhi­bi­ciones, que se a­compañan de terribles aullidos y gruñidos, preten­den causar mella aními­ca en el contrincante y casi siempre lo consi­guen.

En cuanto a las expresiones faciales que indican agre­si­vi­dad, cabe decir que en el hombre se dan de dos tipos: las que compar­tís con los otros primates y las que son específicas del animal humano y que os han venido dadas a través de la cultura. Entre las prime­ras po­demos destacar el fruncimiento de cejas y labios, mientras que entre las cul­turales existe una amplia gama de expresiones insultan­tes, al­gunas de ellas locales y otras más extendidas (como son el sacar la lengua en señal de burla o los gestos obscenos).






En el mono domestico se puede detectar fácilmente, al igual que en cual­quier otro animal, un estado conflictivo interno, por la can­tidad de actividades de desplazamiento que efectúa en un determinado espacio de tiempo. Actividades, tales como: encender cigarri­llos (que pos­te­ri­ormente serán apagados a medio consumir), morderse las uñas, jugar con los objetos que sirven de ornamento, rascarse la ca­beza o pasear­se a­rriba y abajo a lo largo de una habitación, son se­ñales indicado­ras de un estado de frustración. Estas señales se harán más in­sis­tentes y obsesivas, cuanto mayor sea el conflicto in­terno.

Las televisiones de todo el Mundo nos sirvieron, en 1989, las imágenes de la visita del Papa a Nueva Zelanda. Una vez hubo des­cendido del a­vi­ón, Juan Pablo II, echó a andar flanqueado por las au­to­ridades que le die­ron la bienvenida; en aquel preciso momento, una ráfa­ga de aire le arre­bató su solideo papal. El Papa se llevó la mano a la ca­be­za, en un movimiento reflejo, dudó unos segundos mien­tras realizaba el movi­mien­to intencional de echar a correr detrás del soli­deo, pero se re­frenó al instante, sin duda por considerar que una ca­rrera tras el soli­deo resultaría ridícula, hilarante y poco digna de los movi­mientos ma­jestuosos que allí debía representar en ejerci­cio de su "rol" papal.
Como resultado de este con­flic­to interno, el Papa emi­tió una clara señal de desplazamiento, puesto que con la mano que aún mante­nía sobre su ca­beza, procedió a ras­carse el cuero cabe­lludo, de mane­ra suave, pero fir­me.
Esta misma señal de desplaza­miento, tan típica del primate humano, la efec­túan también muchas ve­ces, los chim­pancés, gorilas y oran­gutanes.
Este comportamiento papal he tenido ocasión de verlo, en otras muchas ocasiones, en plena selva, llevado a cabo por chimpancés y monos colobos.



Cuando os encontrais desarmados para luchar, os ve­is obligados a utilizar vuestras extremidades de la misma manera que lo hacen los otros mamíferos.
Muchos de los movimientos corporales que denotan enfado en el hom­bre, son calcados de los que utiliza el chimpancé.
El pri­mate humano cuando se enfada, patea el suelo con fuerza y gol­pea a los ob­je­tos que tiene más a mano, araña, y muerde. Un rictus de agresividad se dibuja en el ros­tro para intimidar a sus con­trin­can­tes, lo mismo que un gato, tigre, pe­rro o mono, y como hemos descrito más arriba, en de­termina­das zo­nas de su cuerpo se ten­san los diminutos mús­cu­los que en tiempos pre­téritos se encar­gaban de levan­tar el pelaje, lo que pro­porcionaba al homínido un au­mento ficti­cio de su en­ver­gadu­ra, para im­pre­sio­nar a sus enemigos (al igu­al que sucede hoy día en otros ma­mí­fe­ros).

Si obser­vamos a un niño enfadado, no­taremos en él prác­ticamente los mis­mos movimientos y expresiones cor­porales que detectaríamos en un chim­pancé (van Hooff 1976). Todas ellas son las expresiones básicas de agresi­vidad que no necesitamos aprender puesto que nos vienen da­das con nu­estra dotación genética.
Un niño sordo, mudo y ciego de naci­miento, se comportará, al sentirse agresivo, de la misma manera que lo haría un niño normal, es decir, fruncirá los labios, tensará su musculatura, gesticulará de la misma manera y terminará estampando con fuerza los pies contra el suelo.

Se ha comprobado que las personas a las que se les im­pide descar­gar su furia, presentan una reducción del umbral de la agresivi­dad. Este tipo de situación se da en los campos de prisione­ros o en las largas expediciones cien­tíficas o de otra índole, en las que un grupo de buenos amigos o de personas afines deben consumir minutos, horas y días interminables, evitando cualquier posibilidad de disputa para el bien del grupo. Ello comporta la mencionada redu­cción de um­bral, con lo cu­al, las frases o actos más inofensivos, como el roncar, cantu­rrear o silbar, se transforman en ruidos inso­portables que desen­cade­nan una a­gresividad inusitada, por lo que tie­ne de violenta y des­pro­porcionada. La doma social en la que está inmerso el hombre, le in­capacita para po­der desahogar su agresividad, al obligarle a come­dir­se ante muchas de las oportunidades que le sur­gen para poder des­car­garla.

En un sentido figurado podríamos decir que el ser humano tiene dos caras; la cara "ON" y la cara "OFF". Cuando no se encuentra inter­accionando con la sociedad, pone su cara "OFF", mientras que cuando se está relacionando socialmente adopta su cara "ON".
Con la cara "OFF" os mostráis tal cual sois y como os sentís. En cambio, para no ser rechazados por la sociedad, la hipocresía social os obliga a adoptar una expresión característica que concuerde con determinadas cir­cunstan­cias. Ello os obliga a utilizar vuestra cara "ON" con la que pretendéis hacer creer que estáis más tristes de lo que realmente estáis (al dar el pésame en determinados funerales, etc.) o más con­tentos de lo que en realidad os sentís (al felicitar a un rival de oposiciones, por ejemplo).
Si el lector reflexiona honestamente, casi con toda seguridad recono­cerá que utiliza en su casa, con su familia, un tono de voz más agre­sivo que el que usa al relacionarse socialmente. En el hogar se muestra más como es en la realidad; no necesita "actuar", por eso lleva casi permanen­te­mente su cara "OFF", mostrando la triste realidad de la naturaleza humana.
Fuera de casa utiliza más frecuen­temente las palabras "por favor", "mu­chas gra­cias", sonríe más a menudo, cede el paso, etc. De no ha­cerlo así po­dría verse re­cha­zado socialmente. Por ello se ve obligado a "actuar" con su cara "ON".
Es un ejemplo más de la doma social que os aplicáis a vosotros mismos y que (como hemos dicho tantas veces) os transforma en monos domésticos.

Vuestra "doma social" puede llegar a extremos inusitados, como se pone de manifiesto en la "doma religiosa" y la “doma política”.

Como conse­cuencia de la revolución estudiantil en la plaza de Tiana­nmen (que pro­vocó una verdadera masacre de estudiantes) las autori­dades chinas a­pli­ca­ron a los estudiantes un adoctrinamiento político inten­sivo, mediante las clásicas técnicas de lavado de cerebro: se les mos­traban ví­deos, una y otra vez, que ofrecían la versión oficial de los acon­te­cimi­en­tos, o­bli­gándoseles a hacer auto­críticas públicas, memori­zan­do las pala­bras del líder Den Xiaoping y forzándoseles a repetir­las de ma­nera obsesiva. Se les instó también a informar del paradero de los estu­dian­tes desa­pa­reci­dos, mientras se les censuraba el correo. Se inves­tigaba su iden­tidad cuando entraban en el recinto uni­ver­si­ta­rio a la vez que se les regis­traban sus pertenencias. Los ca­miones de sol­dados circulaban con gran estrépito por el campus u­niver­sitario a fin de coaccionar a los estu­dian­tes. La totalidad de los primeros cursos de universidad fue­ron envi­ados a una escuela militar de las afueras de Pekín para reci­bir ins­truc­ción política y militar durante un año, antes de comenzar sus es­tu­dios.



El Gobierno volvió a la antigua práctica de asignar los puestos de tra­bajo a los estudiantes que se licenciaban, pagándoseles sueldos bajísimos (por debajo de la media nacional). Se les obligó a firmar un contrato de cinco años, como mínimo, para com­pensar al Gobierno por su educación. Durante este tiempo se les ne­ga­ron los per­misos de resi­dencia en Shangai o en Pekín.

Cada paso que dais hacia una más estricta domesticación es un paso atrás en vuestra libertad e independencia.



Los bonobos, sin embargo, nos mantenemos firmes, libres, salvajes, dignos e independientes,
PARA VERGÜENZA VUESTRA.

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