domingo, 10 de agosto de 2008

EL MALTRATO A VUESTRAS HEMBRAS




En gene­ral, cual­quier nega­ción de una apeten­cia, provoca una frus­tración, la cual se traduce en una a­gresión, di­recta o rediri­gi­da.

La agresividad redirigida, se puede constatar al obser­var el com­por­tamiento de enfrentamiento en ciertos animales. Cuando dos riva­les se oponen, están sometidos a la influencia de dos impul­sos cla­ve: el de atacar, para vencer, y el de retroceder, para evitar ser heri­do.
La represión de la agresión, llevará implí­cito un es­tado de con­flicto que sólo se aliviará si se produce una redi­rec­ción de la agre­sividad. Se busca como víctima un individuo más débil, con me­nor poder de intimidación o incluso un objeto que lo sus­tituya.
Se cono­cen ejem­plos de animales residentes en zoos que al ser aislados de sus con­géneres en plena efervescencia agresiva, han optado por mor­derse a si mismos, hasta el punto de provocarse mutila­ciones.

En la vida del animal humano se dan múltiples situaciones de este tipo. Ocurre a menudo, que la agresividad acu­mu­lada no la podéis des­car­gar, por cuestiones de estrategia, contra el in­divi­duo que tenéis más cerca, aunque éste haya sido el directo cau­san­te de la frustra­ción. El sentido común os aconseja no des­cargar vuestra agresi­vi­dad contra un individuo de jerarquía superior, y por ello (al igual que en los demás animales), buscáis una víctima pro­piciato­ria, menos peligrosa. En el trabajo, será un subordinado el que su­fri­rá la descarga agre­siva, mientras que dentro de la propia familia, pagarán las conse­cuencias, los hi­jos o la espo­sa del "a­fec­ta­do". Los últimos receptores de esta cadena de agresividad suelen ser los animales domésticos sobre los que todos los miembros de la familia humana redirigen la agresión.

Naturalmente, como úl­timo recurso, os cabe la posibili­dad de vol­car vuestra ira contra una pape­lera pública, una es­tatua o el em­bra­gue del coche propio.
Si el in­dividuo decide "tra­garse" su im­pulso agre­sivo, lo más probable es que, con el paso del tiempo, lle­gue a de­sa­rro­llar una úlcera gástrica, por exceso de aci­dez. Un caso ex­tremo sería la au­toeliminación, por me­dio del suici­dio.

Pasemos a continuación a analizar la incidencia que tiene cada una de las situaciones mencionadas en el comportamiento humano.
Hoy os sugiero tratar de la agresividad contra la mujer.

En casi todos los vertebrados, incluido el animal humano, el ma­cho es habi­tualmente más agresivo que la hembra. Las luchas ritua­li­za­das a­cos­tumbran a ser un fenómeno esencialmente masculino; las hem­bras no suelen pelear entre ellas por jerarquía o territorio. Ello no quiere decir que no puedan ser agresivas. Su agresivi­dad se muestra al máximo cuando se trata de defender a sus crías y en alguna ocasión cuan­do compiten por el mismo macho en las relaciones monóga­mas.

Si a un macho joven o a una hembra se les administran hormonas masculi­nas, su agresi­vi­dad aumenta de manera evidente. En la especie humana se de­muestra también que los niños son mucho más revoltosos y menos "maneja­bles" que las ni­ñas. In­numerables experimentos llevados a cabo en guarderías demues­tran de ma­nera diáfana tal aseveración.

En los mamíferos, la sexualidad del macho contiene un ele­mento impor­tante de agresividad. Esta agresividad es necesaria para poder lle­var a cabo la penetración; en sí, este acto conlleva cier­tas do­sis de agresividad ya que el macho “apuñala” con su pene, de manera reiterada, la apertura genital de la hembra. En muchos casos la penetración se lleva a cabo des­pués del sometimiento de la hembra.

Por otra parte, si la agresividad es un componente de la sexuali­dad, no deberá extrañarnos el hecho de que entre las parejas o matri­monios se susci­ten peleas y disputas violentas. Tanto es así, que la poli­cía sabe muy bien que en caso de asesinato (si el motivo no ha sido el robo), es el esposo, esposa o pareja sexual, el principal sos­pecho­so.
En el mundo occidental, el asesinato, es primordialmente un crimen do­mésti­co, ya que el asesino es frecuentemente el marido o padre, y la víc­tima la esposa o su aman­te.

Desmond Mo­rris y Blom-Cooper os recuer­dan, acer­tadamen­te, que la so­ciedad mira con una cierta simpatía y com­pren­sión al es­poso que mata a la esposa infiel o al amante de su es­posa; ya que el cri­men pasional os hace vibrar a todos de una ma­nera muy es­pecial, mientras que el típico crimen por dinero no es capaz de evo­car en vosotros un es­tado aní­mico pareci­do.

Los malos tratos a las mujeres se denuncian más a menudo desde la dé­cada de los ochenta, en que se dio una mejora en la pro­tec­ción ju­rí­dica y una proliferación de instituciones encarga­das de velar por la mujer. Ello ha permitido a las mujeres superar la ba­rrera tra­di­cio­nal del miedo a las consecuencias de la denuncia y a la clásica in­di­feren­cia policial y judicial.

El 81,2 % de las víctimas de delitos y faltas de malos tratos en Es­paña son mujeres, así como lo son el 67,6 % de las víctimas de pa­rri­ci­dio (según el Ministerio del Interior).
En 1984 (primer año del que e­xisten datos), se presentaron 16.070 denuncias por haber su­frido ma­los tratos por parte del marido o compañero. En 1986, las de­nuncias fueron 17.039, para subir a 21.663 en 1987 y, año a año, el número de denuncias siguió aumentando.

También aumentó paulatinamente el número de femicidios. Entre el año 2002 y el 2006 fueron asesinadas por sus parejas o ex parejas 321 mujeres mayores de catorce años en España, una media de 64 mujeres cada año. Durante este periodo, los femicidios aumentaron un 32,69%.
Andalucía, Cataluña y Valencia son las regiones en las que se produjeron más femicidios del 2002 al 2006. Asimismo, por provincias, las que han registrado más asesinatos a mujeres en este periodo han sido Barcelona (29 casos), Madrid (24 casos) y Valencia (21 casos).
En términos absolutos, el perfil de la víctima, era una mujer entre los 25 y 34 años.

El 75,31% de las mujeres asesinadas por su pareja o ex pareja eran españolas, frente al 24’69% que provenían de otros países, principalmente de Iberoamérica.
En cuanto al historial del maltrato, al menos el 34’27% de las mujeres asesinadas habían sufrido previamente malos tratos. El 69% de estas mujeres había denunciado a su agresor.

El 76,18% de los asesinos de mujeres en este periodo analizado eran españoles. El 23,82% restante eran extranjeros procedentes, principalmente, de países iberoamericanos y de la Unión Europea.
Por otra parte, en cuanto a los antecedentes de los asesinos, el 19,94%, antes de cometer el femicidio había transgredido las leyes.
Aunque la vinculación más habitual entre el asesino y la víctima es la de cónyuge, un 24,61% de los asesinos cometen su crimen tras romper con la víctima y el 71,11% de los asesinatos se cometen en el domicilio de las víctimas.
En cuanto al método utilizado, los asesinos suelen matar de cerca y utilizan métodos crueles, el 42,81% de los agresores han usado arma blanca; el 12,46% han estrangulado a su víctima; el 9,58% han utilizado algún objeto contundente; el 6’39% le han dado una paliza. El 15,65% han usado arma de fuego.
Otros datos de interés son que en el ámbito rural se han producido más víctimas que en el ámbito urbano; que el mayor número de femicidios se han producido en los meses de julio y agosto y que el 45,48% de los femicidios se han producido en los días festivos.
Las cifras de malos tratos dentro de la pareja que trascienden al público en general, se considera que representan tan sólo el 5 % de las agresio­nes que se pro­ducen. Un 76 % de estas denuncias revelan que el autor de la pa­liza es el propio ma­rido o compañero. Estos datos (facilitados por el Institu­to de la Mujer, ante la Comisión de Derechos Humanos del Senado) confir­man el he­cho de que es en el seno de la familia donde tiene lu­gar la mayor parte de la violen­cia contra la mujer, ya que la insti­tución familiar perpe­túa la subordinación de la mujer al hombre.

Las multas al agresor son verdaderamente ridículas (3.000 o 4.000 pe­se­tas, era la penalización en el año 1989), aunque la víc­tima su­friera rotura de costillas, conmo­ción cere­bra­l, etc. Ahora, aun siguen siendo ridículas.
El ar­tículo 66 del Código Penal, dice: "los cónyuges son iguales en dere­chos y en de­beres". Pues bien, a pesar de ello, hay maridos que exi­gen de sus es­posas un trato de servilismo, llegándolas a con­vertir en escla­vas do­més­ticas, y golpeándolas, si no se les sa­tisface con­ve­niente­men­te.

Quizás por miedo, la mujer no utiliza su fuer­za contra el hom­bre ni se defiende casi nunca cuando es agredida. La mayoría se niega a denunciar, hasta que las palizas se reiteran. Esta in­hibición viene dada, en ocasio­nes, por la falta de conoci­miento de sus derechos, el miedo de ac­tuar ante las autoridades, la falta de re­cursos económicos para inde­pen­dizarse, la dependencia psi­cológica, los problemas que representan los hijos exis­tentes, etc. La mayor parte de estas mujeres temen las posi­bles re­presa­lias de sus maridos, y al­gunas piensan que no vale la pena, puesto que a veces todo termina con una multa de simbólica para el marido.
Los vecinos tam­poco de­nun­cian, pues consi­de­ran las agresio­nes entre matrimo­nios como un asunto privado de cariz do­mésti­co. Las acostumbran a cali­ficar de "rencillas matrimoniales". En muchos casos son los hi­jos quienes traen a sus madres a la co­mi­saría, hartos de presenciar las pa­lizas domésticas.

Este tipo de agresividad no se da únicamente en las cla­ses más bajas, carentes de un mínimo nivel cultural. Los estudios sobre la mujer maltratada, llevados a cabo por la Comisión de Rela­ciones con el Defensor del Pueblo, pone de relieve que este tipo de agresiones se da también entre las clases media y alta.
Las estadís­ticas hablan de que la mujer presenta, por lo general, una am­plia tolerancia al maltrato. Bastantes mujeres lo llevan sufrien­do entre 10 y 20 años.
Lo cierto es que donde debería anidar la a­fecti­vidad, en muchas oca­siones reina la violencia.


Hasta la llegada de la Constitución de 1978 (con la mu­er­te del General Franco) existía una legislación que otorgaba al marido la doble potestad patria y marital, e imponía a la mujer y a los hijos el deber de obediencia; el hombre era el jefe del hogar, y la mujer ne­ce­sitaba su permiso para sacarse su pasaporte o, incluso, para a­brir una cuenta bancaria. Se hallaba supeditada al marido, a tra­vés de tres vías: su propia vida personal, sus hijos, y sus bie­nes.
La mujer debía obe­diencia al ma­rido y éste protección a su mujer, como si se tratase de una menor o de una incapa­citada mental o física. La legislación no con­templaba el cas­tigo por parte del marido a su mujer, pero los ma­los tratos se con­si­deraban “cas­tigo tácito”, que el propio marido se encargaba de llevar a cabo.
Como muestra de hasta que punto estaba supeditada la mujer a su marido y hasta que punto la tenia el marido a su servicio os incluyo a continuación un extracto de las Instrucciones de Pilar Primo de Rivera (Jefa de la Sección Femenina durante el franquismo) que en 1950 aconsejó a las jóvenes que deseaban contraer matrimonio con el siguiente escrito:

“Ten preparada una comida deliciosa para cuando él regrese del trabajo. Especialmente, su plato favorito.
Ofrécete a quitarle los zapatos.
Habla en tono bajo, relajado y placentero.
Prepárate: retoca tu maquillaje, coloca una cinta en tu cabello. Hazte un poco más interesante para él. Su duro día de trabajo quizá necesite de un poco de ánimo, y uno de tus deberes es proporcionárselo.
Durante los días más fríos deberías preparar y encender un fuego en la chimenea para que él se relaje frente a él. Después de todo, preocuparse por su comodidad te proporcionará una satisfacción personal inmensa.
Minimiza cualquier ruido. En el momento de su llegada, elimina zumbidos de lavadora o aspirador. Salúdale con una cálida sonrisa y demuéstrale tu deseo por complacerle.
Escúchale, déjale hablar primero; recuerda que sus temas de conversación son más importantes que los tuyos.
Nunca te quejes si llega tarde, o si sale a cenar o a otros lugares de diversión sin ti. Intenta, en cambio, comprender su mundo de tensión y estrés, y sus necesidades reales.
Haz que se sienta a gusto, que repose en un sillón cómodo, o que se acueste en la recámara.
Ten preparada una bebida fría o caliente para él.
No le pidas explicaciones acerca de sus acciones o cuestiones su juicio o integridad. Recuerda que es el amo de la casa.
Anima a tu marido a poner en práctica sus aficiones e intereses y sírvele de apoyo sin ser excesivamente insistente.
Si tú tienes alguna afición, intenta no aburrirle hablándole de ésta, ya que los intereses de las mujeres son triviales comparados con los de los hombres.
Al final de la tarde, limpia la casa para que esté limpia de nuevo en la mañana.
Prevé las necesidades que tendrá a la hora del desayuno. El desayuno es vital para tu marido si debe enfrentarse al mundo interior con talante positivo.
Una vez que ambos os hayáis retirado a la habitación, prepárate para la cama lo antes posible, teniendo en cuenta que, aunque la higiene femenina es de máxima importancia, tu marido no quiere esperar para ir al baño.
Recuerda que debes tener un aspecto inmejorable a la hora de ir a la cama… si debes aplicarte crema facial o rulos para el cabello, espera hasta que él esté dormido, ya que eso podría resultar chocante para un hombre a última hora de la noche.
En cuanto respecta a la posibilidad de relaciones íntimas con tu marido, es importante recordar tus obligaciones matrimoniales: si él siente la necesidad de dormir, que sea así, no le presiones o estimules la intimidad.
Si tu marido sugiere la unión, entonces accede humildemente, teniendo siempre en cuenta que su satisfacción es más importante que la de una mujer.
Cuando alcance el momento culminante, un pequeño gemido por tu parte es suficiente para indicar cualquier goce que hayas podido experimentar.
Si tu marido te pidiera prácticas sexuales inusuales, sé obediente y no te quejes.
Es probable que tu marido caiga entonces en un sueño profundo, así que acomódate la ropa, refréscate y aplícate crema facial para la noche y tus productos para el cabello. Puedes entonces ajustar el despertador para levantarte un poco antes que él por la mañana.
Esto te permitirá tener lista una taza de té para cuando despierte”.

Estas recomendaciones de una hembra de mono domestico a las demás hembras de la especie para que se autodomestiquen aun más, nos sirve a los bonobos para constatar el bajo nivel de vuestra inteligencia y de vuestra dignidad.
También demuestran que algunas de vuestras hembras son aun más machistas que vuestros propios machos.

En cuanto a los actos de violencia que cobardemente perpetráis los machos humanos contra vuestras hembras y que os he plasmado en las estadísticas no hacen otra cosa que demostrar que tipo de primate sois.



Por eso los bonobos, una vez más, nos congratulamos de no pertenecer a vuestra horrible especie.
Siendo bonobos, tenemos garantizada la paz y la armonía familiar para el resto de nuestros días.
Os dejamos para vosotros: la violencia, los celos, el machismo, la soberbia y el asesinato.


No hay comentarios: