Señales inhibidoras de la agresión.
Como hemos discutido anteriormente, en muy contadas ocasiones se producen muertes entre los miembros de un mismo grupo de vertebrados superiores como resultado de sus enfrentamientos. Los mecanismos innatos de inhibición de la agresividad actúan en los momentos críticos de una pelea para evitar las muertes innecesarias. Para ello basta con que el contendiente que lleva la peor parte en la lucha muestre determinadas pautas conductuales de sumisión, las cuales, a su vez, desencadenarán la inhibición de matar en su rival.
El animal humano no es una excepción. Posee también una serie de pautas de sumisión que normalmente deberían llevar a desencadenar la inhibición de la agresión en los atacantes. Estas pautas consisten en las típicas posturas en las que el que pide clemencia entrega las armas, se coloca de rodillas en actitud implorante, junta las manos en significación de ruego o inclina la cabeza, desviando su mirada hacia el suelo.
Por lo general, estas posturas de sumisión van acompañadas de exclamaciones y lamentos destinados a desencadenar la piedad del agresor, tales como: lloriqueos, balbuceos, tartamudeos y gemidos.
Este comportamiento se da universalmente en todas las culturas, y se basa, al igual que en los demás animales, en la estrategia de rendir armas al superior, y en intentar quitar volumen al cuerpo para aparentar una estatura inferior, a fin de que el agresor deje de ver en el contrincante a un posible enemigo digno de tenerse en cuenta. Para lograr tal efecto, ciertos animales se comportan de la misma manera: desvían su mirada, esconden sus armas (retraen sus garras y dejan caer sus labios sobre la dentadura amenazadora, para ocultarla) se hacen "más pequeños" a base de esconder la cola entre las patas traseras a la vez que bajan las orejas y encogen su cuerpo al máximo, llegando en algunas ocasiones extremas de terror a relajar sus esfínteres, con la consiguiente emisión de heces y orina. De todos es sabido que el propio ser humano, en ocasiones de pánico, se ve incapaz de controlar sus esfínteres.
En el mundo animal, los etólogos han podido verificar con frecuencia el hecho de la existencia de rituales apaciguadores de la violencia que consisten en la entrega de alimento al agresor. En el hombre se utiliza también la comida o el obsequio, como barrera contra la agresión. El ritual de entrega de regalos se halla generalizado en todas las culturas. Este comportamiento no esta únicamente ligado a la población adulta, sino que incluso los niños de tierna edad se comportan de esta manera cuando quieren granjearse la amistad de otro.
Otra forma de controlar la agresividad consiste en valerse de una forma juvenil. Las crías, con su forma peculiar, desencadenan el sentimiento de protección hacia el débil y el sentido materno-paternal. Los chimpancés, en momentos de agresividad próximos al descontrol, presentan al agresor una cría, lo que significará, en la mayoría de los casos, el apaciguamiento total de la situación.
Los seres humanos, al igual que los chimpancés, utilizan el elemento infantil para mitigar comportamientos agresivos. Los antiguos australianos se acercaban a los temidos colonizadores blancos utilizando la estrategia de situar en primera fila de avance a los niños de la tribu. Hoy en día, en plena civilización occidental, los políticos, se valen de los niños para lograr un mayor impacto entre la población, y así vemos con harta frecuencia como al aproximarse unas elecciones, los candidatos se vuelven especialmente "cariñosos" para con las formas juveniles, besando y levantando en brazos a niños de corta edad.
El propio Mariano Rajoy se hizo tristemente famoso durante las ultimas elecciones por utilizar la figura de una niña para impactar al electorado. La imagen fue tan patética que el efecto fue lo contrario de lo esperado y la llamada "niña de Rajoy" fue utilizada para burlarse del candidato que, a la postre, acabaría por perder las elecciones.
La propia sociedad suele dar la bienvenida a las jerarquías superiores utilizando a un niño con un ramo de flores como introductor.
Algunos desaprensivos utilizan a niños para pedir limosna, ya que las formas juveniles despiertan ternura y afán de protección. Se llega al punto de alquilar estos niños, por horas, a otros compañeros de mendicidad. No es infrecuente la práctica de drogar a estos niños con barbitúricos, para conseguir inmovilizarles.
En otras ocasiones se utiliza un cachorro de perro para la misma función.
Tanto en los chimpancés como en el primate humano el sexo es otra de las formas utilizadas para inhibir una posible agresión. Diversos experimentos vienen a demostrar que la agresividad de los machos de la especie humana puede reducirse de manera ostensible, al enseñárseles fotografías de desnudos femeninos en posturas excitantes. Estos mismos sujetos continuaban con su agresividad si en lugar de hembras de su especie, se les mostraban fotos "neutras", como por ejemplo: paisajes, plantas, objetos, etc.
Control cultural de la agresión a base de lucha ritualizada
La agresión entre los miembros de la misma especie es necesaria para poder seleccionar al más fuerte. Sin embargo, no debe ser excesiva, puesto que de serlo, las especies podrían llegar a destruirse a sí mismas.
Cuando dos animales de la misma especie se enfrentan, evitarán, por lo general, hacer uso de las armas que normalmente utilizan contra sus depredadores o contra las presas de las que se alimentan.
Evitarán los puntos vulnerables de su adversario conspecífico y se limitarán a entrelazar su cornamenta a modo de lucha ritual, enfrentándose al estilo de un torneo.
El hombre carece de armas naturales al faltarle el equipamento agresivo-defensivo de garras, cuernos y potentes caninos.
Con el desarrollo del cerebro, compensó la falta de este instrumental biológico inventando las armas. Por desgracia, las armas modernas se hallan muy lejos de ser los sustitutos directos de garras y dientes, y su poder agresivo las hace muy peligrosas y difíciles de controlar. Como manifestó en diversas ocasiones el premio Nobel Konrad Lorenz, el hecho de que el ser humano se halle tan deficientemente equipado con armas naturales hace que carezca de fuertes y efectivas inhibiciones contra la posibilidad de herir a los de su propia especie. Los animales mejor armados son más capaces de ejercer la inhibición contra la agresión intra-específica. Suponiendo que el hombre tuviese alguna posibilidad de ejercer algún tipo de inhibición contra la agresión a sus semejantes, esta posibilidad desaparecería al existir el nuevo armamento que le permite matar a distancia. A la mayoría de los aviadores que han bombardeado poblados con napalm (quemando de esta manera a la gente a distancia) muy probablemente les costaría algo más quemar a estas mismas personas con una lata de gasolina y una cerilla. El agresor no siente lo mismo cuando quema a un ser humano a centenares de kilómetros de distancia que cuando lo hace a pocos centímetros de su propia cara.
En el animal humano se da también la lucha ritualizada, a modo de control cultural de la agresión. En dichas confrontaciones las armas son utilizadas de acuerdo con ciertas reglas, con lo que la lucha adquiere la forma de torneo. Los indios Waika adoptan como normativa de combate ritualizado, una determinada secuencia de golpes que se descargan de forma alternativa sobre sus cabezas, con la particularidad de que cada uno de los contendientes deberá esperar su turno para golpear y ser golpeado. Para ello esperan el golpe del contrario con la cabeza inclinada. Una vez recibido sobre su cabeza el formidable impacto de la porra de madera, su compañero de lucha adoptará la misma posición para ser, a su vez, el receptor de la agresión. Entre ciertas tribus australianas, los contendientes en las luchas ritualizadas apuntan sus lanzas únicamente a las piernas de los rivales. Las lanzas utilizadas para el torneo son de madera, para evitar mayores daños físicos. Este tipo de lucha cultural sólo tendrá éxito si ambos contendientes se atienen a las reglas y si entre ellos existe un cierto vínculo que actúe como "moderador".
Entre los esquimales, durante el torneo ritualizado, se sustituye la agresión física por la agresión verbal. Se agreden a base de cánticos ridiculizantes. Antes de empezar el torneo se colocan uno frente al otro. Empieza el duelo con el canto de uno de los dos contrincantes, acompañándolo el redoble de un pequeño tambor. Luego vendrá el turno del contrario, que procederá de manera similar. En ocasiones el canto puede venir seguido de golpes en la frente del enemigo a la vez que se le sopla en pleno rostro. El rival para con la frente el golpe, mostrando total indiferencia hacia el agresor, y espera su turno para obrar de igual manera. En el Tirol aún hoy se da el ritual de la pluma. Cuando alguien tiene ganas de pelea se coloca una pluma (generalmente de urogallo) en el sombrero tirolés, inclinada hacia adelante unos 45o. Acto seguido se dirige a la taberna del pueblo vecino donde encontrará, muy probablemente, un rival con el que intercalará coplas agresivas, a modo de torneo. El desafío a torneo por medio de la pluma se conoce en otros muchos lugares de la Europa Central.
Quizás la forma más conocida de torneo entre los humanos se da cuando dos de ellos deciden medir su fuerza física a base de ejercer una presión lateral en sentido contrario a la del adversario, utilizando para ello únicamente la fuerza del brazo apoyado en su codo.
Raras costumbres, las que tenéis los monos domésticos. Los bonobos nos divertimos, gracias a ellas, a costa vuestra.
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