El mono domestico supone, equivocadamente, que el comportamiento de los animales salvajes es violento y extraordinariamente agresivo. Sin embargo, cuando el enfrentamiento entre dos animales no humanos termina con la muerte de uno de ellos es casi seguro que su relación es la del cazador y su presa.
Difícilmente un animal mata a otro por otra razón que no sea la de alimentarse a su costa. Incluso en este supuesto, la relación entre el depredador y su presa es mucho menos agresiva de lo que el animal humano presume.
A nivel colectivo, los depredadores jamás exterminan a los animales que les sirven de alimento, pues ello implicaría, a la larga, su propia muerte.
Si observamos a un animal que este a punto de cazar a otro, en ningún caso veremos en el depredador signo alguno de hostilidad hacia su presa. Su aspecto es el de un animal que se halla tenso y concentrado en la preparación del salto que le permitirá capturar su presa. De hecho los animales de diferentes especies apenas se toman en consideración, a no ser que se alimenten de la misma presa.
El hombre tiende a considerar el comportamiento agresivo, como un comportamiento aberrante; tal interpretación se debe en parte a la gran cantidad de problemas que este tipo de conducta acarea a la humanidad al trastrocar el orden social establecido. Sin embargo, los estudiosos del comportamiento animal lo analizan bajo otra perspectiva. Aducen que el comportamiento de pelea se encuentra ampliamente extendido entre los vertebrados, lo que naturalmente les lleva a la conclusión de que ello debe ser ventajoso para ellos. De ser inútil o perjudicial tal comportamiento, la propia evolución no hubiese dotado a las especies animales con astas, cuernos, garras y poderosos caninos, para que pudieran ejercitar su agresividad de manera más efectiva.
Si pasamos a considerar algunas de las situaciones que desencadenan el comportamiento agresivo en el mundo animal, veremos que la totalidad de ellas pueden ser aplicadas al conflicto humano.
1- Los animales compiten para la obtención de los recursos básicos, tales como: agua, comida y cobijo.
Cuanto más escasos sean estos recursos, más dura será la competencia, y por tanto, aumentarán las probabilidades de que se desencadene una pelea entre ellos.
Si alimentamos a un grupo de monos rhesus con comida contenida en un único cesto, veremos que rápidamente entran en conflicto al disputarse el alimento. Tal cosa no sucede si se les presenta la comida repartida en diferentes contenedores. El ser humano falto de agua o comida actuará, si es necesario, con agresividad e incluso con violencia para conseguir el bien vital escaso, como cualquier otro animal.
2- Muchos animales compiten para poder aparearse, y estos conflictos se hacen especialmente frecuentes y violentos durante la época de reproducción.
El ganador será, en teoría, el más fuerte y, por lo tanto, estará mejor dotado para defender a sus crías y será mejor guardián de la comunidad, en el caso de las especies sociales…además de poseer un territorio sensiblemente mayor que el de sus rivales.
El animal humano también rivaliza con sus congéneres del mismo sexo para obtener pareja. En algunos casos la rivalidad degenera en pelea. Los celos son una emoción de frustración del ser humano que se da también en otras especies de mamíferos. En numerosas culturas en las que la poligamia es común, el hombre opta por casarse con hermanas, puesto que de esta manera se logra que el vínculo de fraternidad diluya la agresividad propia de los celos entre esposas.
3- Los extraños son atacados.
La xenofobia es fácil de observar en monos, tanto en estado salvaje como en cautividad. Cuando un mono o grupo de monos son introducidos en una jaula en la que se halla un grupo residente, se desencadena una serie de muestras hostiles contra los forasteros, hostilidad que se va reiterando durante un cierto tiempo.
Cuando un mono domestico humano se introduce en el ámbito de un grupo ya formado y asentado, es mirado en un principio como un intruso y no es raro que sea recibido con una cierta frialdad e incluso hostilidad hasta que es aceptado como integrante del grupo de pleno derecho. El animal humano, intuitivamente, pone barreras a los extraños, intrusos, desconocidos o extranjeros, a los que desprecia con epítetos como: "indios", "godos", "franchutes", "charnegos", "sudacas", “guiris”...etc. Se siente poco ligado a los extranjeros, y por ello, poco inhibido para agredirlos.
4- Los animales luchan para proteger sus propias vidas.
La lucha se dirige contra el animal que amenaza, no importando en este caso, que éste sea de la misma especie o sea un depredador.
El primate humano, al igual que cualquier otro animal, lucha por defender su vida ante los ataques de cualquier enemigo, sea o no de su propia especie.
5- Los animales luchan para proteger la vida de sus retoños.
Toman parte en la lucha, no sólo los padres, sino también otros componentes del grupo.
También entre los animales humanos se da un comportamiento generalizado de ayuda cuando un adulto ataca a un niño. Eibesfeldt describe un caso observado por él mismo en el que un joven ladrón, de unos diez años, corría perseguido por un adulto. Los transeúntes acudieron en ayuda del niño, y se enfrentaron al adulto. El caso sería un ejemplo típico de reacción primaria de protección, al estilo del comportamiento de defensa de crías, que tantas veces se da en otros vertebrados.
6- Los animales luchan para obtener y defender un territorio.
También en el simio humano la agresión facilita una delimitación territorial. La agresión territorial ha propiciado la expansión del género humano por el globo terráqueo y el poblamiento de terrenos de baja producción. En muchas ocasiones el hombre se ha visto forzado a emigrar fuera de sus antiguos límites territoriales al ser empujado por un ejército superior.
7- Los animales jerárquicos luchan para establecer un orden de dominancia que facilitará la relación armónica entre los individuos del grupo. La jerarquía asegura que el menos dominante no ataque al superior.
Al ser el líder el mejor dotado físicamente o el poseedor de una mayor experiencia, asegura un mejor liderazgo del grupo y, con ello, mayores posibilidades de supervivencia. Por otra parte, gracias a las jerarquías, se pueden organizar mejor los grupos sociales para defenderse en caso de ataque por parte de depredadores.
El primate humano, al ser un animal social y jerárquico, se ve obligado a luchar para poder ganarse una jerarquía superior, y con ella, un mejor bienestar social, casi siempre ligado a un mayor prestigio o poder. El Servicio Militar está establecido, entre otras cosas, para inculcar a los reclutas que los hombres no son, en absoluto, iguales. Los mandos se encargan de establecer las diferencias a base de galones, de órdenes y de arrestos. Se repite una y otra vez a los soldados que deben temer más al superior que al enemigo.
Si analizamos cada una de estas situaciones, veremos que tienen algo en común, y es que en cada ocasión se pone en peligro (ya sea de manera directa o indirecta) la capacidad de reproducción del animal. Para reproducirse debe continuar viviendo; para ello necesitará alimentarse, defenderse, encontrar pareja, y finalmente deberá defender su inversión espermática u ovular. Si sus esfuerzos se ven coronados por el éxito, habrá logrado que sus genes pasen a la siguiente generación. Lo cual constituye el fin último que justifica la presencia de cualquier animal en la biosfera.
En este punto debemos hacernos la siguiente pregunta. Si la lucha le es necesaria a los animales para conseguir el éxito, ¿Por qué no pelean más frecuentemente, y por qué no luchan a muerte?.
A primera vista parece mucho más positivo eliminar al competidor, puesto que de hacerlo así se evitan de una vez y para siempre cualquier tipo de interferencias en lo que respecta a la obtención de comida y pareja. Lo cierto es que, contrariamente a lo que parece ser la solución más fácil, los animales en general, en lugar de luchar a muerte, ritualizan sus combates evitando herir fatalmente a sus contrincantes. Aunque ocasionalmente puedan producirse bajas a causa de accidentes, estos constituyen más la excepción que la regla. No es infrecuente observar situaciones en las que uno de los contendientes se encuentra en clara inferioridad, agotado y totalmente a la merced del contrario, y a pesar de ello no llega jamás el golpe letal que terminaría con la vida del derrotado.
Sucede así porque evidentemente los beneficios de tal comportamiento son superiores a los que pueda aportar la resolución fatal del lance.
Al animal le interesa, ante todo, evitar la pelea por todos los medios, puesto que de entrar en combate puede resultar herido (aún ganando la pelea) y, por tanto quedar en inferioridad de condiciones para competir de nuevo contra otro contrincante. Ritualizando el combate, una pelea puede traducirse en un mero contraste de fuerzas, lo que en un momento dado puede disuadir al que lleva la peor parte en la pelea. Las pautas de sumisión del que se considera batido, bastan, en la gran mayoría de los casos, para poner punto final a la disputa.
Hay ciertas condiciones, sin embargo, que favorecen la escalada de las disputas. Estas condiciones acostumbran a darse en cautividad. Anteriormente hemos mencionado el caso de un grupo de monos a los que se les presentaba la comida dentro de un único recipiente, lo que provocaba luchas de competencia entre ellos. Pues bien, si dichos monos se encontrasen en libertad, cederían su parte a los más fuertes, sin insistir demasiado en la disputa, y optarían por la siguiente alternativa, que sería la de seguir buscando una nueva fuente de comida por los alrededores. Sin embargo, al estar encerrados en una jaula, no tienen otra posibilidad que seguir luchando por la comida, puesto que de no hacerlo así corren el riesgo de quedarse sin comer. Esta situación conduce a una escalada violenta de la disputa.
La misma situación violenta puede darse ante la escasez de hembras disponibles. Zuckerman describe una situación de estas características que se dio en el zoo de Londres, donde a un "iluminado" se le ocurrió la idea de colocar juntos a 94 machos y 6 hembras del papión, Papio hamadryas, para más tarde añadir otras 30 hembras y 5 machos inmaduros. El resultado de tal decisión fue la muerte de 8 machos y de 30 hembras. Los machos de P. hamadryas constituyen harenes en estado salvaje, pero en el zoo se les forzó a una desproporción de hembras totalmente innegociable ( 36 hembras para 99 machos!). El resultado del experimento fue una terrible batalla campal, de cruentos resultados.
Que estas consideraciones os sirvan para reflexionar, una vez más, sobre vuestra condición animal.
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