viernes, 11 de enero de 2008

ANIMALIDAD HUMANA (1)

Cuantas veces al encontraros entre humanos ignorantes habéis oído la frase… “¡¡ Nosotros no somos animales ¡¡”.
Si os queréis divertir un rato observando como la cara de estos sujetos cambia de color, les preguntáis de inmediato,…“Entonces… ¿Qué somos?… ¿vegetales, virus, bacterias?”... Los dejareis atónitos, ya que nunca se habrán planteado otra posibilidad.

Frecuentemente omitís al hombre de los textos de Zoo­lo­gía, ol­vidándoos de su condición de mamífero primate. Nadie que estudie la conducta animal puede evitar hacer comparaciones con su propia espe­cie, aún cuando por miedo a las presiones sociales no las publique. Muchos son los autores que se autocensuran para evitar males mayores en una actitud cobarde ante los intolerantes.

Os ofende a muchos el que el animal humano sea tratado dentro de la Zoología en su taxon de primate, pues intentáis que el hombre se des­marque de la servidumbre corporal de raíces biológicas, preten­diendo ignorar sus impulsos lógicos, por lo biológicos, y que en al­gunas filosofías que os son cercanas han llegado incluso, a ser con­siderados pecami­nosos y dignos de castigos eternos.

Eibesfeldt opina que la resistencia que existe a la consideración biológica del hombre se debe sobre todo a la manipula­ción de los pe­dagogos de filiaciones ideológicas determinadas, y tam­bién a la nece­sidad que tiene el propio mono domestico, de liberarse de im­perativos inter­nos y ex­ternos. Contra los autores que tienen la osa­día de tra­tar esta temá­tica se levantan las plumas airadas de críti­cos inmovi­listas que intentan verter sobre ellos gran variedad de improperios y basu­ra; mu­ni­ción a todas luces inofensiva, por inope­rante, frente al po­tente argu­men­to cien­tífico.


Hasta los años sesenta, creíais que mientras el bonobo, el chim­pan­cé, el gorila y el oran­gu­tán se hallaban estrechamente emparen­ta­dos en­tre sí, estaban separa­dos de vosotros por una considerable dis­tancia evo­lutiva. Gracias a la Bioquí­mica de las proteínas y a las últimas inves­tigacio­nes sobre el ADN, os enteráis hoy en día de que el bonobo, el chim­pan­cé y el gorila son pa­rientes muy próximos del primate humano.
Como dijo Lewin en 1984, "En muchos aspec­tos, el Homo sapiens no es más que un antropoi­de africa­no bastante singu­lar".

Has­ta hace poco se decía que una de las características dife­renciales entre “los hom­bres y los animales” era la posibi­lidad por par­te vuestra de confeccionar y uti­lizar he­rramientas así como la de transmitir tra­diciones culturales, además de la facultad de comunicar­os me­diante lengua­je. Hoy os veis forzados a admitir que los chimpancés usan determinadas tecnologías, las cuales a­pren­den de otros congéneres y que transmiten de generación en genera­ción. Por lo tanto, y según la definición, son poseedores de una cultura.

Sa­bemos que algu­nos anima­les utilizan herra­mientas, entre los que se encuen­tran no sólo el chimpancé y el bonobo sino también otros mamíferos, aves, peces, e incluso insectos, y que tampoco sois el único animal capaz de utilizar len­gua­je, pues podéis comprobar que ante vuestra incapacidad para com­prender el lenguaje del chimpancé y el de cual­quier otro ani­mal, es el pro­pio chimpancé el que uti­liza lenguajes humanos, como el "Ameslan" (lenguaje de los sordomudos norteamericanos) para poder co­mu­nicarse con vosotros.

A pesar de que los chimpancés, los bonobos y los monos domésticos (es decir, vosotros), com­partimos apro­ximadamente el 99,5 % de nuestra historia evolutiva y a pesar de que existen menos diferencias genéticas entre un humano y un chimpancé que entre una rata y un ratón, os cuesta admitir vuestra condición animal… y es que sois así de chauvinistas y soberbios.

Si por un momento rechazáis la idea de haber sido creados a imagen de Dios, y pensáis que en realidad no sois más que monos modificados por la evo­luci­ón, y domesticados por vuestras propias leyes, sin duda veréis bajo otro prisma la moralidad y el compor­tamiento del animal humano.

La auténtica y cruda reali­dad, es que las células del hombre, del resto de animales y de las plantas, una vez anali­zadas, mues­tran una estructura y una composición química parecida, en todos los casos. Todas las molé­culas se componen de los mismos átomos de que están formados la Tierra y los cuerpos siderales celestes.

En resumen, todos los seres vivos, vosotros los humanos, nosotros los bonobos, y todos los demás, somos…. ¡polvo de estrellas!

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