La agresividad del mono domestico esta determinada en gran medida por las experiencias individuales. Según el modelo funcional de la agresión de Michaelis, una secuencia de conducta es una cadena de decisiones binarias (si-no) integradas en un circuito regulador. Cuando el organismo percibe la aproximación de un congénere, debe decidir si interpreta la aproximación como algo perturbador o no.
En un primer paso, el organismo analiza si se puede eliminar el trastorno. Cuando existe la posibilidad de elegir entre varias conductas, se opta primero (según Michaelis) por la que aporta mayor posibilidad de éxito, y la agresión es precisamente el medio más efectivo.
La doma social, propia de vuestra especie, se encargará de hacer ver al niño, qué tipo de agresión esta justificada socialmente y cuál no le estará permitida bajo ninguna circunstancia. De esta manera se le ayuda a fortalecer la inhibición de la agresividad.
En cualquier caso primero se utiliza la instigación como pauta de comportamiento agresivo, y sólo cuando ésta no conduce al éxito, se desencadena la agresión física. Después de cada actuación, se comprueba si todavía existe la perturbación. Si el modelo con mayor probabilidad de éxito no puede atravesar el filtro normativo (por ejemplo, matar al enemigo), se prueba el modelo de eficacia más próximo. No obstante a veces la perturbación puede ser tan potente, que venza la resistencia del filtro normativo y entonces la agresión se pone en práctica a pesar de la oposición del control normativo.
Sirviéndose de su capacidad de aprendizaje, el niño es incorporado a la estructura social desde el primer momento, debiendo pasar previamente por un período de "doma social", que vosotros llamáis hipócritamente "educación".
En el interior de la conciencia queda incorporada una parte de la agresión libre; otra parte viene neutralizada y reducida en las instituciones sociales, a través del cumplimiento de los papeles sociales y la obediencia a las reglas de juego, del lenguaje, de las tradiciones y de las costumbres. Su libertad de acción queda delimitada por el Código Penal y los Mandamientos de su Iglesia. Pasa a convertirse en un animal doméstico, domesticado por su propia sociedad.
La agresión desaparece, se vuelve latente y es reprimida y dominada, pero queda la agresividad. La renuncia impulsiva a la agresión libre y sin freno es compensada, al menos parcialmente, por el permiso de agresión garantizado y justificado por las instituciones, las cuales la dejan asomar, de cuando en cuando, de manera ritualizada.
Dado que los individuos sólo pueden tolerar una cantidad determinada de agresión libre sin peligro de la propia vida o de la convivencia social, deben crear unas instituciones que administren, canalicen y regulen una parte de la agresión libre.
La manifestación de la agresión sirve para la descarga y el desahogo, para el alivio y la catarsis. De ahí que se haya usado siempre para desviarla hacia otros objetivos. Los poderosos dirigen la inquietud agresiva latente, contra unos enemigos exteriores, de esta manera logran desviar la agresividad de sus subordinados que a veces se vuelve contra ellos.
Los mandos militares insultan a sus soldados en tiempo de guerra (a veces también en tiempo de paz) para que estos canalicen la agresividad generada, contra el enemigo. Lo propio hacen los entrenadores deportivos, con el fin de lograr motivar agresivamente a sus jugadores contra el equipo contrario.
La satisfacción de atacar al enemigo común produce unidad, camaradería y sentimiento de mutua vinculación. Por ello, el descubrimiento de un peligro común o la invención de un enemigo, sirve muy fácilmente para la manipulación de grupos que necesitan al enemigo como objeto y válvula de agresión. Recuerden los lectores los momentos en los que el general Franco veía aumentar, de manera peligrosa, las críticas hacia su Gobierno. En esta situación optaba por desviar la agresividad de sus súbditos, inventando unas presuntas amenazas externas de los "enemigos de la Patria" residentes en el extranjero. Casi invariablemente terminaba por reivindicar Gibraltar.
El mismo truco fue utilizado por Hassan II, el cual ante las presiones internas contra su persona, organizó la famosa "marcha verde" para reivindicar (con éxito) el Sahara español. Los coroneles griegos salieron de una situación comprometida al levantar el sentido patriótico de la masa, a base de reclamar Chipre, y los argentinos Videla y Galtieri, cuando se vieron atosigados por el clamor popular que exigía el fin de las torturas y de las ejecuciones contra los "desaparecidos", optaron por reclamar Las Malvinas a Inglaterra, a la que declararon la guerra. Fue todo un espectáculo contemplar la Plaza de Mayo atestada de ciudadanos reclamando para Argentina, las Islas Malvinas, apoyando la iniciativa de sus líderes políticos.
Eran los mismos líderes contra los que se habían manifestado, en la misma plaza, pocos días antes. La maniobra manipuladora de los generales argentinos había funcionado, al lograr que el pueblo volviese su agresividad contra el enemigo extranjero. Esta guerra, por cierto, vino como "anillo al dedo" a Margaret Thatcher, que vio como su popularidad subía del cero al infinito. De tener pocas posibilidades en las elecciones (que estaban ya muy próximas) pasó a ser reelegida por una gran mayoría. Algo parecido sucedió con su sucesor John Major al entrar Inglaterra en el bando aliado para combatir en la Guerra del Golfo Pérsico. Su aceptación popular ascendió de golpe hasta un 84 %., mientras que gracias a la misma Guerra, Georges Bush se catapultaba de un 32 % a un 87 % en las apreciaciones populares.
El último ejemplo de esta estrategia lo tenemos hace dos semanas, en las palabras de Muamar el Gadafi al enterarse de que las tropas aliadas de la OTAN iban a intervenir en su país, poco después de que declarase que su ejercito iba a entrar en Bengasi como Franco entró en Madrid y que no habría misericordia con los traidores que serían buscados casa por casa. Gadafi les conminó a que lucharan contra los “cruzados” de la OTAN que pretendían armar a los rebeldes "para que los libios se matasen entre si y así poder luego apoderarse del petróleo de Libia". Añadió que armaría a "un millón de hombres y mujeres" para proteger su petróleo. De esta manera pretendía unir a todo el pueblo contra un supuesto enemigo común que provenía del exterior. Afortunadamente su treta no coló y el criminal dictador, pronto o tarde, acabará por morder el polvo de la derrota.
En cada caso se trataba de inventarse un enemigo exterior que pretendiera atentar contra la Patria, de esta manera se tocaba la fibra sensible del ciudadano, que se olvidaba, por unos días, de los dictadores, para redirigir su agresividad contra supuestos invasores del territorio patrio.
La facilidad con la que a los animales humanos sois manipulados por vuestros líderes políticos y religiosos facilita el uso del pueblo por parte de los Gobiernos para su propio interés. Frecuentemente no os dais cuenta de la trampa y llegáis incluso a ofrecer vuestras vidas por supuestas causas comunes según el dictado de vuestros jefes. En la escuela os domestican para la obediencia y para el control de la agresividad, pero en demasiadas ocasiones (como ocurre con algunos perros) basta una orden del “amo” (líder) para lanzaros contra un supuesto enemigo que os presentan como un “invasor” de vuestro territorio.