viernes, 30 de septiembre de 2011

LA AGRESIÓN AL DISCREPANTE.


Los miembros de un grupo animal que por su ideología, as­pecto o compor­ta­miento, se apartan de la norma, son frecuentemente repri­midos o agre­didos, lo que obliga al disidente a reintegrarse a la norma de grupo, puesto que de no hacerlo así, será excluido del mismo por la fu­erza.

Las crías de monos domésticos son especialmente crueles con sus com­pañe­ros de colegio cuando por su aspecto se apartan de la norma (por e­jem­plo, por ser gordos, tartamudos o contrahechos). El grupo reunirá a un ci­erto número de sus componentes y, en equipo, procederán a mo­far­se del niño obeso o tarado.

El mismo comportamiento lo ha des­crito Jane Goodall en los chimpancés.

El proceso que se sigue en el ritual de la agresión al discrepan­te suele empezar con una burla que comprende, además, una im­itación hu­millante del objeto de la discrepancia. Con ello se le comunica al compañero, de ma­nera indi­recta, el motivo de su segrega­ción para que así tenga la oportunidad de en­mendarse. Si tal presión no logra la adaptación, la "víctima" podrá incluso llegar a ser agre­di­da física­men­te.

En demasiadas ocasiones la agresión al discrepante se da tam­bién con­tra el que intenta aportar nuevas ideas en círculos donde se valora el inmovilismo.

En las universidades de ideo­logía conser­va­dora (como las vuestras), cuando aparece un profesor con i­deas docentes nuevas, o cuan­do intenta aplicar técni­cas didácticas que chocan ra­dicalmente con las ideas del resto del pro­fesorado, se da en prin­cipio una si­tuación de rechazo al dis­crepante, este re­chazo será ma­yor cuanto mayor sea el impacto positivo de estos nuevos métodos en el alumnado.

Si este profesor (que re­presenta dentro de su grupo la minoría ab­so­lu­ta) no cede ante la pre­sión de los demás, será "casti­gado", a base de ais­lar­le del colectivo, negar­le be­cas y auto­ri­za­cio­nes para semi­narios y con­ferencias, etc., en espera de su vuel­ta al "re­dil".

Des­graciada­mente, en vuestro país, la gran mayoría de innovadores su­cumbe ante la pre­sión de los demás, lo que sin duda facilita el inmo­vilismo tan ca­rac­te­rístico de vuestras universidades.